Muerte de un letrista
En el mundo de la música pop, la figura del letrista de canciones no es precisamente la más admirada. A menudo se le considera alguien cuya contribución es necesaria para que exista algo que cantar, pero son raros los ejemplos de poetas (eso es lo que son, a fin de cuentas) conocidos por el público, nunca tanto como el músico a cuyo servicio suelen estar, pero sí lo suficiente para que su nombre resulte familiar y ellos lleven una vida desahogada gracias a los derechos de autor recaudados con los álbumes grabados. Puede que el letrista de Elton John, Bernie Taupin (Sleaford, Lincolnshire, Inglaterra, 1950), sea el más famoso y bien situado de toda la historia reciente de la música pop. De hecho, lo suyo es envidiable: gracias a la portentosa comercialidad de su socio, le ha bastado con escribir una docena de canciones al año para asegurarse unos royalties muy sustanciosos (los fans los acumula Elton John, pero él cobra el 50% de los derechos de autor de cada tema). Y su nombre les suena a los seguidores de Elton John y a los aficionados a la música pop en general.
Algo parecido a lo que ocurría con Pete Sinfield (Londres, 1943 – 2024), que nos dejó hace unos días tras una larga carrera, no tan provechosa a nivel económico como la del señor Taupin, pero sí más variopinta y pintoresca. Nacido en una familia bohemia, nunca optó por unos estudios digamos serios, inclinándose básicamente por la poesía y la literatura. Personajes como Bob Dylan o Donovan (el hombre tuvo una epifanía cuando escuchó por primera vez la canción Colours, que lo convertiría, según propia confesión, en escritor de canciones pop) le marcaron el camino a seguir, y albergó la ilusión de convertirse en un cantautor con futuro (hasta se tomó la molestia de aprender a tocar la guitarra y se apañaba mínimamente con un sintetizador). Hizo amistades y éstas le convencieron de que no era gran cosa como compositor, músico o cantante, pero que tenía un indudable talento como poeta al servicio de la música pop.
Fue así como se convirtió en el letrista de la primera etapa de King Crimson, hasta que el líder del grupo, Robert Fripp, famoso por su carácter errático y sus malas pulgas, lo echó en 1972. De natural cosmopolita (Sinfield viajó de joven por países como Italia, Marruecos o España, donde pasó largas temporadas en lugares tan dispares como Ibiza o Castelldefels), nuestro hombre se hizo cargo de ciertos músicos italianos, traduciendo al inglés sus canciones e introduciéndolos al público anglosajón. Lo hizo con el grupo PFM (Premiata Forneria Marconi) y el cantautor Angelo Branduardi. En un orden de cosas totalmente opuesto, en 1972 produjo el primer elepé de Roxy Music. Un año después en 1973, publicó su primer y único disco en solitario, Still, que no estaba nada mal, pero no tuvo el menor éxito.
El cargo de letrista volvió a salvarle la vida poco después, cuando fue fichado por el trío de rock sinfónico Emerson, Lake & Palmer para escribir las letras de sus canciones. A partir de ahí, se dio una cierta profesionalización que le llevó a escribir temas para figuras comerciales como Celine Dion, Cher, Cliff Richard o Leo Sayer. Tuvo que sacrificar su tendencia al surrealismo e impostar un lirismo rayano en lo cursilón, pero se libró de pasar hambre. Los que lo conocieron cuando vivía en Castelldefels lo recuerdan como un tipo encantador.