Albert Batet
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El Debate de Política General de esta semana en el Parlament ha constatado hasta qué punto Junts per Catalunya continúa sin digerir el mal trago de ver cómo en las pasadas autonómicas el PSC le superaba en votos, escaños y alcanzaba la presidencia de la Generalitat. Los posconvergentes insisten, al igual que otros correligionarios secesionistas, en sus postulados identitarios y maximalistas. Un discurso muy alejado de la realidad y de los problemas de la sociedad catalana que, como pudo verse en los pasados ciclos electorales, cada vez les dan más la espalda.
Las intervenciones de diputados como Albert Batet o Monica Sales a lo largo de esta semana evidencian que Junts centra su estrategia en erigirse en una suerte de guardián de las esencias nacionalistas. Una estrategia que poco o nada ayuda a mejorar las condiciones de vida la ciudadanía, aunque contribuye a aumentar la división y las tensiones entre los rivales de su mismo espacio político identitario: ERC, CUP y Aliança Catalana.
Al fin y al cabo, Batet, Sales y el resto de sus compañeros de escaño no hacen más que seguir el guion diseñado a miles de kilómetros de distancia, desde Waterloo (Bélgica), por el principal responsable de su derrota electoral: el prófugo Carles Puigdemont. El "no a todo", tan del agrado de su líder, les ha llevado al lugar que les corresponde: la oposición. Su influencia no es la que era, ya no están en el poder, y la Generalitat parece volver a preocuparse, tras largos años de procés, en intentar resolver los problemas reales de los catalanes de a pie. Lo cual es su deber.