Francesco Vanni
Harley Davidson ha visto cómo uno de sus franquiciados estrella, Harley Barcelona, interrumpía sus operaciones de forma abrupta y dejaba a decenas de clientes colgados, cuando no a centenares. La multinacional estadounidense ha reaccionado de forma patosa y lenta: apenas está dando explicaciones, y tampoco parece que haya intervenido en la operativa para encauzar la crisis.
Basta un ejemplo: los afectados acuden a los medios de comunicación y a la tienda, y los otros franquiciados tienen que pagar el precio operativo y reputacional del descalabro del hub motero, que operaba en la zona alta desde 1987.
Se defienda como se defienda, lo ocurrido con Harley Davidson es, a todas luces, inaceptable. Cualquier franquicia puede desmoronarse, y la marca matriz no será directamente responsable, claro. Pero la crisis de Barcelona ha puesto en jaque el modelo absolutamente descentralizado del grupo, y ha demostrado que la franquiciadora tiene muy pocas ganas de salir salpicada del escándalo.
No es aceptable que los clientes tengan que acudir a la vía judicial o a los medios de comunicación. Demuestra cicatería, falta de liderazgo y compromiso para con la propia marca.
Harley Davidson, si es una marca rebelde como proclama en su publicidad, debe estar a la altura. Porque el golpe de Barcelona amenaza con llevarse parte de la reputación de la compañía.