Dominique Pélicot
Monsieur Burundanga
8 septiembre, 2024 00:00Gozar viendo cómo otros hombres mantienen relaciones sexuales con tu mujer es una parafilia que me resulta un pelín asquerosa, pero si es consensuada (o sea, que la mujer intercambia fluidos con desconocidos y se lo pasa pipa mientras el titular de la plaza se masturba o toma fotos o graba vídeos o hace todo eso a la vez), no tengo nada que decir (aparte de que haré lo posible por no tratarme jamás con gente así). Pero lo del jubilado francés septuagenario Dominique Pélicot es de otra liga. Como ustedes habrán leído, en estos momentos se está juzgando al sujeto (y a otros cincuenta y tantos señores que se beneficiaron a madame Pélicot sin que ésta se enterara de nada, pues había sido previamente drogada por su perturbado marido) en Aviñón, donde tuvieron lugar la mayoría de violaciones a lo largo de diez años.
Monsieur Pélicot (en apariencia, un tipo de lo más normal, padre y abuelo ejemplar), contactaba en Internet con hombres a los que ofrecía a su esposa para que hiciesen con ella lo que quisieran. De esta manera, más de 90 individuos acudieron a la llamada y, aunque lo suyo se parecía más a la necrofilia que a un contacto sexual, nunca se quejaron de nada ni se les ocurrió avisar a la policía de que chez Pélicot pasaban cosas muy raras, como pudieron comprobar las fuerzas del orden cuando encontraron en el ordenador del aparentemente inofensivo jubilator 20.000 fotos y vídeos que inmortalizaban los encuentros seudo sexuales de su esposa Gisele (la desorientación constante de la pobre mujer llevó a sus hijos a temer que hubiese caído en manos del Alzheimer).
La policía ya conocía al infame Dominique. Hace cuatro años lo pillaron en un supermercado grabando con su móvil por debajo de las faldas de las señoras con las que se cruzaba (ríanse ustedes de la piña de Mercadona). Y por esa época se descubrió que su ADN coincidía con el detectado durante la investigación por el asesinato y violación de una mujer de 23 años en París en diciembre de 1991. Pese a tan preocupantes indicios, Dominique siguió a lo suyo hasta que lo trincaron. Y superando la lógica vergüenza, su mujer, Gisele, ha decidido dar la cara con la loable y lógica intención de llevárselo por delante. A él y a los cincuenta y tantos miserables que se aprovecharon de ella mientras Monsieur Pelicot gozaba y grababa.
Dentro del mundo del delito, hay personajes que dejan pasmado a cualquiera, y Dominique es uno de ellos. ¿Qué hacer con gente así? Ejecutarlos no estaría del todo fuera de lugar, por mucho que todos nos hayamos puesto de acuerdo para sostener que la pena de muerte no tiene cabida en un sistema democrático. Intentar entender qué movía a Dominique es como asomarse a un abismo al que ya se asomarán los que se encarguen de rodar el inevitable documental que un día de éstos encontraremos colgado en Netflix. Aunque aún tardaremos un poco: las últimas noticias que nos llegan sobre este caso espeluznante sugieren la posibilidad de que los hijos y nietos del señor Pélicot hubieran sufrido el mismo destino que su mujer…