El presidente en funciones, Pere Aragonés, presente en la sesión de este miércoles
Pere Aragonès
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Pere Aragonès y su partido, ERC, han gestionado de forma nefasta la Generalitat de Cataluña a lo largo de la última década, primero gobernando en coalición con los posconvergentes de Junts y, desde octubre de 2022, en solitario. Su historial al frente del Govern ha dejado muchísimo que desear, en especial en ámbitos como la Sanidad y la Educación -donde la autonomía destaca, para mal, por sus largas listas de espera en el primer caso, y por estar a la cola de toda Europa en calidad, en el segundo-. Una dejación que contrasta con su obsesiva dedicación a cuestiones nacionalistas, como la imposición del catalán en cada vez más ámbitos. Por no hablar de su desobediencia a los tribunales, incumpliendo la aplicación de al menos un 25% de clases castellano en todas las aulas. Peor balance, imposible. Y así se ha reflejado con su inapelable descalabro en las urnas en las pasadas elecciones.
Por lo menos, Aragonès ha adoptado en sus últimos días como presidente de la Generalitat un perfil bajo y discreto. Por ahora, parece dispuesto a irse sin hacer ruido, y facilitar el relevo a su sucesor, el socialista Salvador Illa. Lo cual es un buen gesto por parte del dirigente de ERC, y que contrasta con el mal perder de los posconvergentes, entregados a alimentar las especulaciones sobre el presunto regreso del prófugo Carles Puigdemont para torpedear la investidura del líder del PSC.
