La ex eurodiputada de Junts Clara Ponsatí

La ex eurodiputada de Junts Clara Ponsatí EFE

Examen a los protagonistas

Clara Ponsatí

20 julio, 2024 23:44

A la espera del destino

La última vez que abrió la boca esa mujer tóxica que atiende por Clara Ponsatí (o Ponsati, como sostienen los que aseguran que se ha añadido el acento para parecer más catalana aún) fue para poner verde a Carles Puigdemont, al que venía a acusar de ser un chisgarabís del que no había quien se fiara y un oportunista que priorizaba sus propios intereses por encima de los de la nación catalana oprimida por el yugo español. Hace tiempo que yo había llegado a la misma conclusión, pero, por lo menos, yo nunca he vivido a la sombra de Puchi, como sí es el caso de la señora Ponsatí desde que se dio a la fuga por su participación en el grotesco motín de octubre del 17.

No es la primera vez que Clara Ponsatí muerde la mano que la alimenta. De hecho, empezó muy pronto, cuando disfrutaba de una beca española en Estados Unidos, se puso a ejercer de lazi con vehemencia y se quejó de que le acabaran retirando la beca de marras. Una prueba indudable, según ella, de que de España no te podías fiar. ¡Señora, un poquito de por favor! Recuerde que quien paga manda, y que si se mete la pata suele acabarse la sopa boba. No sé si el fin de dicha sopa boba fue fundamental a la hora de intentar convertirse en heroína de la república (que no existe, idiota), pero es indudable que a partir de ese incidente devino abiertamente una separatista radical (también Joel Joan se hizo más catalán que nunca cuando dejaron de llamarle de Madrid para películas y series).

Refugiada en Escocia, se hizo con los servicios de un abogado pisaverde vestido de dandy del Punjab (un hortera sartorialmente emparentable con ese consejero en funciones de la Generalitat que suele pintarse las uñas para demostrar que el nacionalismo también puede ser glam), cuyo nombre ya he olvidado, quien la ayudó como si compartiera su odio a España. Luego se integró en la corte (de los milagros) de Carles Puigdemont, en el Consell per la República y en lo que hiciera falta, aunque lo hizo como a disgusto, como si aquella pandilla de fugitivos de la justicia no estuviese a su altura. Durante el sindiós del Covid se hizo notar por aquel tuit tan simpático que rezaba De Madrid al cielo, como si celebrara que en la capital de España la gente cayera como moscas a causa del coronavirus. ¿Su mejor salida de pata de banco?: cuando reconoció que no había nada preparado para implementar la independencia y que se había ido de farol. Otra cosa que podría haber dicho yo, pero no alguien que, como ella, llevaba años chupando del bote procesista.

Como Clara es de esas personas convencidas de que solo ellas tienen la razón, se dio de baja en Can Puchi, formó equipo con un asesor, el inefable Jordi Graupera, un tipo con más moral que el Alcoyano, y fundó un partidillo político, Alhora, que no se comió un rosco en las primeras elecciones a las que se presentaba, dándose de baja tras el desastre y dejando que el voluntarioso Graupera se apañase como pudiera.

Hace días que no escucho ningún exabrupto de la señora Ponsatí, quien parece encontrarse a la espera de destino, pero no creo que tarde mucho en dar señales de vida. La dulce abuelita tóxica es incombustible y todo el odio que almacena hacia propios y extraños tiene que salirle por alguna parte. Quedo a la espera de su próxima (y siempre desagradable) invectiva patriótica.