Víctor Grífols Roura
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Llegó el momento en que un miembro de la familia fundadora de Grífols, cuyo apellido da nombre al productor de hemoderivados, tomó la palabra para despedirse en nombre de la saga, que abandona las funciones ejecutivas en la compañía, presionada por inversores y vocales independientes. Y, sobre todo, por la sensación ofrecida al mercado de que durante muchos momentos en el pasado, familia y empresa superpusieron los caminos en múltiples ocasiones.
Una despedida como esta no es agradable, pero menos aún si es ante un quórum de accionistas en los mínimos para poder celebrar la asamblea, hasta el punto de que el paso del tiempo y la progresiva marcha de accionistas provocó que el último de los puntos no se pudiera someter a votación.
Estampa poco habitual, pero que sirve como reflejo de la situación a la que ha llegado la farmacéutica, dejada de lado por los inversores, que han salido en masa durante los últimos meses a raíz de la crisis que generó la publicación del informe de Gotham. Los tribunales deberán determinar si el contenido del documento, que provocó un fuerte desplome del valor, contiene falsedades y forma parte de un fraude al mercado. Pero lo que ya es un hecho constatable es que motivó cambios profundos en la gobernanza de la compañía, en la asunción de la necesidad de separar propiedad y gestión y de mejorar la praxis contable, como así ratificó el propio supervisor español, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV).
Al menos, el fondo parece tocado y el episodio del quórum podrá ser interpretado como la más clara señal de que toca partir de cero. La despedida de los Grífols como gestores (seguirán como propietarios) marca el inicio de una nueva etapa que debe sacar de esta situación a un negocio plenamente consolidado como el de los hemoderivados. La presidencia honorífica que ostenta desde hace meses Víctor Grífols Roura, tan consciente de los errores del pasado, deberá velar por no repetirlos.