Marta Rovira
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Los indultos, las reformas del Código Penal a la carta, la amnistía y todo tipo de prebendas concedidas por el Gobierno a los mandatarios del procés no están sirviendo para devolver la "concordia" ni la normalidad política en Cataluña. El enésimo ejemplo de ello se ha visto esta semana en el Parlament, donde ERC y Junts per Catalunya han vuelto a desobedecer al Tribunal Constitucional permitiendo el voto delegado de los prófugos de la justicia Carles Puigdemont, Lluís Puig y Rubén Wagensberg; y, de paso, han dejado al ganador de las pasadas elecciones autonómicas, el PSC, sin opciones reales de influir en el gobierno de la Cámara, acordando entre ambas fuerzas la composición de una Mesa de mayoría secesionista.
Parte de la responsabilidad de ese auténtico desaire a los socialistas lleva la rúbrica de Marta Rovira. La secretaria general de ERC mantiene su inquina hacia la formación de Salvador Illa, y lo ha demostrado una vez más promoviendo un pacto con sus antaño socios de Junts. Algo que, por otra parte, sería más difícil si no tuviera tanto poder en las filas republicanas, donde algunos sectores sí son partidarios de tender puentes con los socialistas.
La pinza de ERC y Junts para evitar que el PSC alcance cuotas de poder en Cataluña supone, además, un claro aviso para navegantes de lo que puede suceder a partir de ahora: Illa ganó las elecciones con una mayoría insuficiente, y el próximo paso tal vez sea dejarle sin la presidencia de la Generalitat. Lo cual podría abocar a Cataluña a una repetición electoral.
Esta última posibilidad tampoco sería mal vista por Rovira, al parecer partidaria de formar una coalición de ERC y Junts en unos hipotéticos nuevos comicios, reeditando de este modo la fórmula de Junts pel Sí de 2015, que permitió a ambas formaciones ganar unidas por mayoría. Sumar fuerzas les permitiría ahora volver a tener opciones y, de paso, camuflar el claro declive electoral del secesionismo, más acentuado aún en el caso de los republicanos.
El PSC tiene razones para preocuparse. Y haría bien en preguntarse si sus cesiones a las insaciables exigencias de los nacionalistas le están sirviendo para algo. Porque, a tenor de lo visto hasta ahora, parece claro que no.