Joan Manuel Serrat
Todo el mundo me quiere
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No hace falta que te gusten sus canciones para que el tipo te caiga bien. Tengo la impresión de que Joan Manuel Serrat no le cae mal a nadie, con excepción de los lazis más radicales, que ya se han encargado de intentar amargarle el premio Princesa de Asturias con variados tuits en los que se insiste en su supuesta condición de traidor, botifler y mal catalán (tratándose de un premio que otorga el enemigo, supongo que cualquier catalán que lo gane es, por definición, un canalla). Intuyo que a Serrat los insultos le han entrado por una oreja y le han salido por otra, pues ya los ha encajado en fases previas de su vida. Sin ir más lejos, cuando se negó a ir a Eurovisión si no le dejaban cantar el La, la, la en catalán (gesto muy aplaudido por el pre lazismo) o cuando empezó a cantar en castellano (rebote e irritación generalizada en el pre lazismo). A su edad, ya no está para tomarse muchas cosas en serio, y menos que nada los desvaríos patrióticos, sean del sentido que sean. Sabe, además, que su imagen de tío sencillo y campechano nunca le ha fallado y tampoco lo hará ahora: a la mayoría de los españoles les parece estupendo que le den el Princesa de Asturias porque a la mayoría de los españoles les cae bien Serrat (¿es así realmente o se trata de un personaje que se ha fabricado? Misterio).
A mí también me cae bien Serrat, aunque no sé si lo que veo es lo que hay o si estoy ante un personaje brillantemente construido (hace unos días apareció en este diario una excelente columna de Ignacio Vidal-Folch al respecto). Musicalmente, tengo mis más y mis menos con el Noi del Poble Sec. Me gusta mucho su primera etapa en catalán y, en castellano, llego hasta los discos de Antonio Machado y Miguel Hernández. A partir de su mayor éxito, Mediterráneo, empiezo a descolgarme de sus grabaciones, cuyos arreglos me chirrían tanto como los de Julio Iglesias (sí, ya sé que estos dos no tienen nada que ver). También me empieza a parecer cursi lo que a la mayoría de la gente le parece tierno, pero nunca llega a irritarme porque, ¿cómo me va a irritar Serrat? Para eso ya tengo bastante con su amigo Joaquín Sabina, que también se ha fabricado un personaje que, me temo, se parece demasiado a la realidad.
Y así es cómo Serrat se me va convirtiendo en un tipo familiar, en parte del paisaje humano, y creo que lo echaría de menos si no estuviera ahí, aunque no me compre sus discos ni vaya a sus conciertos. Políticamente, adopta una actitud muy razonable y se mantiene au dessus de la melée con respecto al prusés: la cosa no va con él, pero tampoco hace sangre, por lo menos en público. El hombre siempre ha intentado evitar conflictos innecesarios. Cuando se pasó al castellano, encajó las críticas catalanistas con elegancia, pero en privado se refería al grupo de la Nova Cançó como “Los de la cancó” (sin ce cedilla) o rebautizaba a Lluís Llach como La cantante calva. Como todo quisque, Serrat también puede tener sus ataques de mala baba, pero los experimenta de manera discreta: la imagen que proyecta, en persona y a través de sus canciones, es la de un buen chaval, un tío sencillo que se ha abierto camino por la vida con sus canciones y su mirada compasiva sobre la actividad humana.
Así ha conseguido que todos le queramos, menos los lazis más rencorosos y ruines.