Stormy Daniels
La piedra en el zapato de Trump
A ver si estamos por lo que tenemos que estar. El pasado 18 de marzo, la plataforma norteamericana de streaming Peacock colgó el documental Stormy y en España, hasta el momento, nadie ha seguido su ejemplo, pese a que el timing era perfecto, dado que Donald Trump, antiguo amante (de pago) de la señora Daniels se enfrenta a uno de los tropecientos juicios que tiene pendientes y que afecta a los 130.000 dólares que Stormy recibió del abogado de Trump por no decir 'ni mu' del lío que había tenido con él en el año 2006 (la pasta le cayó diez años después).
No puede decirse que Stormy Daniels se distinguiera precisamente por saber valorar los sobornos, ya que, una vez se hubo embolsado la pasta del Hombre Anaranjado, se puso a largar lo más grande de él, incidiendo en los aspectos más humillantes de su persona en cuestiones sexuales, pero ¿acaso se podía esperar otra cosa? Y si sirvió para desacreditar al Energúmeno Jefe, bienvenido sea: todo lo que contribuya a evitar que llegue nuevamente a presidente de los Estados Unidos debemos agradecerlo como agua de mayo. Soy de los que creen que a ese sujeto hay que hacerlo caer cómo sea, y no olvidemos que Al Capone acabó siendo detenido por evasión de impuestos. A veces el fin justifica los medios.
Evidentemente, no es que Stormy sea lo único que se interpone entre Trump y la Casa Blanca, pero se agradecen sus esfuerzos para jorobarle la vida. Puede que no estemos ante un personaje moralmente intachable, pero si contribuye a evitar la segunda presidencia de nuestro hombre, muchos le quedaremos muy agradecidos (aunque también es verdad que todas las pruebas de la miseria moral del Hombre Anaranjado solo sirven para que sus hooligans las ignoren, o las atribuyan a fantasías de los comunistas, y para reafirmarles en su amor al líder).
Stormy Daniels tiene una carrera peculiar. Nacida Stephanie Clifford (Baton Rouge, Luisiana, 1979), se inició en el mundo del espectáculo a los 17 años, cuando empezó a trabajar (intuyo que ilegalmente) de stripper en un club de su ciudad. Se rebautizó como Stormy en homenaje a la pequeña Stormy, hija del bajista de Mötley Crüe Nikki Six (detalle White trash que tiene su gracia). Luego se pasó al porno, iniciándose en secuencias lésbicas, trepando en la industria y llegando a mandamás de la productora Wicked.
Stormy, que merece el equivalente estadounidense de nuestra Medalla al Mérito Laboral, ha rodado 346 películas porno como actriz y 97 como directora, ganándose su buen dinerito, que, al parecer, complementaba con visitas a domicilio como la del Donald. Aunque podría haberse limitado a pillar el dinero y callarse, Stormy, impelida sin duda por el patriotismo, acabó largando todo lo que pudo y más sobre su relación con Trump, que explicó con pelos y señales en su libro de 2018 Full disclosure, que vino acompañado de una promoción muy notable (a destacar una entrevista en televisión, que puede verse en YouTube, donde se le muestran unas cuantas setas para que diga cuál es la más parecida al pene presidencial y ella, como era de prever, elige la más pequeña y arrugada, para alborozo del presentador y parte del público).
Hacer coincidir su documental con el juicio a Trump es una idea brillante que estamos desaprovechando en España. Que lo cuelguen de una vez, caramba, ¡qué todos somos Stormy!