Johnny Depp
El amigo del descuartizador
Cuando ya nos habíamos olvidado de sus líos con la parienta, Johnny Depp (Owensboro, Kentucky, 1963) se ha vuelto a meter en otro fregado de los suyos (que, eso sí, se intuye muy rentable). Me entero gracias a un artículo en la revista Vanity Fair (edición británica, no sé si habrá salido en la española) de que nuestro hombre tiene un nuevo amigo del alma, con el que vive eso que los americanos definen como bromance. Y el afortunado es el mandamás de Arabia Saudí, Mohamed Bin Salman (a partir de ahora, MBS), también conocido como el Descuartizador de Estambul desde que se quitó de en medio expeditivamente a un periodista llamado Kashoggi que se le había puesto de canto y al que sus secuaces asesinaron y desmembraron en el consulado saudí. Mira que hay gente en el mundo para practicar la hermosa costumbre de la amistad, y nuestro Johnny tiene que apuntarse a un bromance con semejante sujeto deplorable.
Aunque tampoco es que sea el primero. La comunidad internacional, en vez de poner a MBS en la lista negra de políticos indeseables y convertirlo en un paria, se ha dedicado (poderoso caballero es don dinero) a silbar, mirar hacia otro lado y hasta enviar a sus presidentes a reunirse con él (Sánchez y Macron, sin ir más lejos, a los que hemos visto charlando amigablemente con el carnicero saudí).
Johnny siempre ha sido un excéntrico muy dado a hacerse el malote y es evidente que tiene muy buen ojo para elegir a la gentuza con la que se trata (su exmujer, Amber Heard, tampoco era trigo limpio, aunque no se sepa gran cosa de ella desde que vive exiliada en Madrid). Y si la excentricidad te permite, además, engordar tu cuenta bancaria, miel sobre hojuelas, especialmente si eres tan dado al despilfarro como el señor Depp (que, no lo olvidemos, está semi cancelado en su país natal).
Aquí se han juntado el hambre y las ganas de comer. MBS anda metido en un poco creíble blanqueo de su régimen que incluye inversiones en cine (la película Jeanne Du Barry se financió en parte con dinero saudí; Francis Coppola tuvo la decencia de renunciar a los monises de MBS para su Megalópolis, aunque puede que acabe lamentándolo, vista la recepción que ha tenido su obra en las altas esferas de Hollywood) y mucha promoción del turismo.
Johnny está mal visto en Occidente y necesita pasta para mantener su tren de vida, por lo que convertirse en una especie de embajador plenipotenciario de una dictadura asquerosa comandada por un descuartizador igual se le ha antojado una idea razonable.
Evidentemente, cuando visita Arabia Saudí, a Johnny lo tratan como a un sultán, y seguro que no tiene ni que cruzarse con todos esos trabajadores extranjeros explotados que tanto abundan por el lugar. Quemado por su último divorcio, es muy probable que se la pele la situación de las mujeres en el país de su querido compadre de la barba. Y aunque está prohibido el consumo de alcohol en Arabia Saudí, a él nunca le faltan el bourbon y el champagne. Quemadas las naves en Occidente, tal vez no es tan mala idea sangrar a MBS y hacer propaganda (falsa) de su país por el mundo: ni Gérard Depardieu ni Steven Seagal sacaron gran cosa de su amistad con Vladímir Putin