El expresidente madrileño, Joaquín Leguina, en una imagen de archivo / EFE

El expresidente madrileño, Joaquín Leguina, en una imagen de archivo / EFE

Examen a los protagonistas

Joaquín Leguina

31 marzo, 2024 00:52

Ni tanto ni tan calvo

Joaquín Leguina (Villaescusa, Cantabria, 1941) es uno de los sociatas más implacables con su (supuesto) jefe de filas, Pedro Sánchez. No pierde ocasión de ponerle de vuelta y media, motivo que hace que sus artículos en The Objective me resulten tan querenciosos. Lo que no acabo de entender es que acabe de pasar de Málaga a Malagón aceptando la oferta de Isabel Díaz Ayuso para presidir la Cámara de Cuentas de Madrid, aunque puede que los 100.000 machacantes anuales del sueldo, durante los próximos seis años, hayan tenido algo que ver. Somos legión los que no soportamos a Sánchez, pero no por ello mutamos en ayusers (tal vez por eso no nos caerán 100.000 pavos al año en lo que nos queda de vida). Lo de Leguina es un ejemplo más de una costumbre muy española: desengañarse del rumbo que toman los tuyos y, pasándote de frenada, largarse al extremo opuesto. Evidentemente, si de lo que se trata es de pillar cacho, la cosa resulta comprensible, pero más a menudo, este tipo de actitudes suelen obedecer a un ansia de trascendencia impropia de gente que ya tiene una edad (o dos).

Si no soportas a Sánchez, pero eres incapaz de pasarte al PP, no te cae nada, como no sea una fama de tibio, de empecinado en tu absurda fe en la izquierda y, en definitiva, de tipo del que no te puedes acabar de fiar: bienvenido al hambre y a la impopularidad. En el extranjero también pasan estas cosas: recordemos a aquel miembro de la banda Baader-Meinhof que acabó de diputado neo nazi en el Bundestag alemán, un buen ejemplo de cómo puedes echar tu vida a los cerdos dos veces.

En España, lo más parecido a este cenutrio es Pío Moa, terrorista de extrema izquierda en su juventud y franquista revenido en su, digamos, madurez. Dentro del mundo de la prensa también se dan casos parecidos (pienso en Hermann Tertsch o Juan Carlos Girauta), que suelen ser recompensados convenientemente. Si te quedas en tierra de nadie porque te han decepcionado los tuyos y eres incapaz de pasarte a los ajenos, prepárate para pringar a lo grande, para que la izquierda te llame facha y la derecha desconfíe de ti. A mí me parece una postura muy digna y muy lúcida, pero salir a cuenta, lo que se dice salir a cuenta, la verdad es que como que no.

No sé si lo de Leguina como nuevo ayuser obedece a una evolución ideológica o al afán de lucro, pero no puedo evitar que me dé una cierta pena. Lo conocí hace un montón de años, cuando era presidente de la Comunidad de Madrid (1983 – 1995) y me pareció un tipo simpático y socarrón dotado de un sentido del humor que bordeaba lo criminal. No he vuelto a verlo desde entonces, cuando fuimos a intentar venderle algo (que ya no recuerdo qué era) con mi amigo Juan Carlos de la Iglesia, pero salí de su despacho seguro de que me había caído bien. 

Quizás me ocurre que prefiero la figura del disidente a la del tránsfuga. Y preferiría que Leguina se hubiese quedado ejerciendo de mosca cojonera del trilero Sánchez en vez de ponerse al servicio de esa señora a la que le salen rana el padre, el hermano y el novio, cual nueva Esperanza Aguirre, a la que, según ella, le salían rana todos sus secuaces (qué casualidad, ¿verdad?). O igual es pura envidia, ya que a los que se llevan las bofetadas nunca nos caen 100.000 euros al año.