Alejandro Fernández
Su propia persona
El presidente del PP en Cataluña, Alejandro Fernández (Tarragona, 1976, padres asturianos), hizo recientemente algo insólito en la política española: llevarle la contraria a su jefe, Alberto Núñez Feijóo, cuando éste andaba tonteando en la penumbra con Carles Puigdemont para ver si lo hacía presidente mientras la emprendía a diario con Pedro Sánchez por hacerlo a la vista de todos. Sin miedo a moverse y, en consecuencia, no salir en la foto (gran concepto ideado por Alfonso Guerra hace un montón de años), nuestro hombre le dijo a su mandamás que no se podía negociar con un prófugo de la justicia que es, en estos momentos, uno de los mayores problemas de España. Cuando esto sucedió, me temí que Alejandro fuese ejecutado por insubordinarse: si eso sucede en el actual PSOE, lo lógico es que pasara también, corregido y aumentado, en un partido de derechas.
Hubo señales de que a Feijoo no le habían hecho ninguna gracia los comentarios del amigo Fernández, y se empezó a especular con la posibilidad de cepillárselo para las autonómicas y sustituirlo por alguien más dócil. Corría el nombre de Dolors Montserrat, que combina la obediencia al líder con la condición de estricta dominante en Europa con todos los que se le ponen de canto, pero al final, Fernández se salió con la suya, salvó el pellejo y es el candidato a la presidencia de la Generalitat para las elecciones del próximo 12 de mayo.
De lo cual me alegro, pues estamos ante uno de esos personajes para los que se inventó el término "derecha civilizada", que deberían abundar más en el PP. Brillante orador dotado de un eficaz sentido del humor (aunque sin llegar a la contundencia criminal de Alejo Vidal-Quadras, sacrificado en su momento por Aznar porque sacaba de quicio a Jordi Pujol, al que llegó a calificar de ridículo en una memorable sesión del parlamentillo catalán), el señor Fernández es asimismo un contertulio muy estimulante, como pude comprobar el día que me invitó a comer sabiendo que yo no había votado al PP en mi vida. Uno ha votado siempre a la izquierda, pero intenta no ser un sectario, y si un tipo que le cae bien, aunque milite en la derechona, le invita a papear, se presenta, aunque solo sea obedeciendo a la curiosidad (creo que soy menos sectario gracias a la Nueva Izquierda Imbécil: ¡gracias, chicos!).
Me encontré con un tipo simpático, ameno, ingenioso y aficionado a la música pop (estuvimos un buen rato comparando nuestras particulares alegrías en ese campo). Un tipo que, francamente, me pareció un socialdemócrata de mi cuerda, aunque él se considere un liberal conservador. Dicen que es fan de Reagan y Thatcher, a los que detesto, pero el tema no salió durante el almuerzo, así que pudimos tener la fiesta en paz. Salí del restaurante con la convicción de que, si hubiera más gente como él en el PP, ese partido saldría ganando moralmente y tal vez se olvidaría antes el largo historial de corrupción que atesora desde hace años. Sí, amigos, se puede ser de derechas y una persona decente.
Las encuestas electorales sonríen a Alejandro Fernández, que podría incrementar notablemente el número de escaños del PP en Cataluña (y en detrimento de Vox, lo cual es otra buena noticia). Se la jugó enmendándole la plana a su líder máximo, estuvo a punto de que lo ejecutaran y, finalmente (puede que, por ausencia de alternativas, dadas las prisas que le entraron al Petitó de Pineda por convocar elecciones) salió victorioso del envite. García Page ya no está solo en la brigada de los respondones, y ojalá el ejemplo de ambos influyera en la temerosa y borreguil actitud de la mayoría de nuestros políticos.