Aleksei Navalni
¿Héroe o mártir?
Siento una absoluta admiración por el ruso Aleksei Anatolievich Navalni (Butyn, 1976), pero no sé si lo suyo es una tendencia al heroísmo o al martirologio. Su precaria existencia es muy útil para recordarnos que Vladimir Putin es una rata inmunda, por si no lo teníamos bastante claro con su invasión de Ucrania, su conducta mafiosa y su tendencia a hacer desaparecer a quienes se le ponen de canto, pero da inevitablemente qué pensar. Volver a Rusia tras sobrevivir a un intento de asesinato, ¿fue un acto de valor o una muestra de inconsciencia de un iluminado convencido de que, en este mundo, no solo en España, el que resiste, gana? Navalni da la impresión de haber optado por una especie de vía Mandela hacia la presidencia de su país, como si se viera aupado a ese cargo algún día, no sin antes haber pasado todo tipo de penalidades, peligros, torturas y encarcelamientos. Hay algo como muy cristiano en nuestro hombre, algo que le llevó a meterse voluntariamente en las fauces del lobo Vladimir Vladimirovich para seguir adelante con su martirio liberador, que algún día, si nada se tuerce, lo será también para su pueblo.
Desde que regresó a Rusia, Aleksei Navalni ha recibido el peor trato posible por parte de las autoridades (o sea, por parte de su odiado Vladimir). Lo han enchironado en las peores circunstancias, provocándole enfermedades que nadie se ha apresurado a intentar curar, se ha detenido y torturado a sus seguidores, se le ha condenado por todo tipo de motivos inverosímiles y hasta se ha llegado a perderlo dentro del sistema penitenciario ruso (hubo tres semanas recientemente en las que nadie sabía donde estaba, hasta que apareció en un penal del polo norte, desde el que, encima, tuvo la humorada de compararse con Santa Claus porque se acercaba la navidad y le había crecido bastante la barba en su vía crucis carcelario hasta la que es, de momento, su última morada).
Casi nadie en su lugar habría hecho lo que hizo él: volver a su país sabiendo la que le caería encima. Cualquier otro (yo mismo, sin ir más lejos) se habría quedado en Occidente, conspirando lo que hiciera falta contra el abyecto Vladimir Vladimirovich, pero disfrutando de la compañía de su familia, que no sé si ha sido consultada sobre su loable tendencia al martirologio patriótico. Evidentemente, si Putin cae algún día, Navalni, como Mandela en su momento, tiene todos los números para convertirse en el nuevo presidente de Rusia. Pero entre tanto, su vida y la de sus seres queridos tiene que ser un horror, aunque no negaré que debe dar cierto gusto ser el principal grano en el culo de un tiranuelo como Vladimir Putin.
¿Héroe o mártir? No lo tengo claro, puede que las dos cosas. Y con un indudable punto de iluminado que cree en la predestinación. Le admiro y le compadezco a partes iguales. Y algo está logrando, ya que Putin no ha vuelto a intentar eliminarlo y se limita a condenarlo a una vida infernal. Aunque tampoco podemos hacernos ilusiones sobre la posible presión internacional a la hora de evitar la ejecución de Navalni: estoy convencido de que, si un día aparece apuñalado en la cárcel, Putin le echará la culpa a un checheno que pasaba por allí y se quedará tan ancho mientras Occidente, como tiene por costumbre, mira hacia otro lado.