Ernest Maragall
La hora de la jubilación
En el partido del beato Junqueras han decidido jubilar al Tete Maragall como mandamás de ERC en el ayuntamiento de Barcelona y sustituirlo, aunque parece que no de manera inminente, por Elisenda Alamany, su segunda de a bordo hasta la fecha. Doy por sentado que la decisión de abandonar no ha partido del propio Maragall, ya que este hombre siempre ha sido de los que cree que dimitir es un nombre ruso y nunca ha dejado de representar con su actitud la olvidada frase Yo sigo, que en la televisión de mi adolescencia popularizó el discutible humorista argentino Joe Rigoli, que en paz descanse. No negaré que esa actitud tiene su lado bueno, pues te ayuda a olvidar que el tiempo va pasando, que ya formas parte de ese Mundo viejuno del que hablaban los de Muchachada Nui y de que tal vez ya va siendo hora de que te vayas con la música a otra parte (que es lo que deben pensar de mí los que me ponen de vuelta y media en las redes sociales). Pero yo diría que la insistencia del Tete Maragall en imponer su presencia a la sociedad no se debe tanto a un optimismo desmesurado, pero conveniente (que también), si no, sobre todo, a esos intentos denodados de ser su propia persona (lleva años tratando de dejar de vivir a la sombra de su hermano talentoso, Pasqual). Hay gente que encaja muy mal tener menos talento o ser menos popular que un hermano o un (supuesto) amigo, y me temo que Ernest Maragall forma parte de ese nutrido contingente humano. Cuando se te conoce como El Tete, es que todo el mundo está de acuerdo en que el que vale es tu hermano. Y eso no debe ser nada agradable de asumir.
Durante muchos años, el Tete llevó su condición de tal con cierta dignidad, calentando una silla en el ayuntamiento y fabulando con que se metió en él durante el franquismo para combatir al régimen desde dentro (mentira piadosa que todos encajamos como el que acepta pulpo como animal de compañía). Tras media vida militando en el PSC, bajo la ominosa sombra de su hermano Pasqual, a Ernest le dio por ser él mismo y brillar con luz propia. Aunque nunca había dado la menor muestra de aspirar a la independencia de Cataluña, se hizo independentista de la noche a la mañana y abandonó el PSC, dedicándose desde entonces a ponerlo de vuelta y media, tanto si venía a cuento como si no: la metáfora de matar al padre devino la de matar al hermano. Y provisto de la fe del converso, el Tete sobreactuó de independentista mientras intentaba pillar cacho para que dejáramos de referirnos a él como el hermano de quien ustedes ya saben. Rozó la alcaldía de Barcelona, pero entre Ada Colau y Manuel Valls lo dejaron con las ganas. En las últimas elecciones municipales, ERC perdió votos a capazos y se quedó como cuarta fuerza (por llamarla de alguna manera) del ayuntamiento.
Yo creo que el Tete se veía capaz de volverse a presentar para alcalde, pero sus jefes no eran de la misma opinión. Y no es que la señora Alamany sea el colmo de la brillantez política, pero, eso sí, es más joven.