Clara Ponsatí
El Diablo de Tasmania
Desde que he dejado de tomarme en serio a Clara Ponsatí, mi vida ha mejorado mucho. Les recomiendo que hagan lo mismo. Hasta ahora, a mí esta señora regañona y permanentemente enfurruñada me sacaba de quicio y, francamente, me parecía una persona rencorosa y aborrecible que me ponía de muy mal humor. Pero todo ha cambiado desde que la he convertido mentalmente en un personaje de dibujos animados, en lo más parecido que puede hallarse en el procesismo al Coyote que perseguía inútilmente al Correcaminos o al Diablo de Tasmania que le amargaba la existencia al pobre Bugs Bunny. Sus declaraciones intempestivas y siempre indignadas, que antes me llevaban a desearle una larga temporada entre rejas, constituyen ahora momentos de diversión y oportunidades para el entretenimiento. Hagan la prueba y me lo agradecerán. Y si lo piensan bien, verán que es absurdo cabrearse con una señora absurda que encuentra enemigos en todas partes y está permanentemente rebotada con todo el mundo.
Al principio, Ponsatí solo tenía un enemigo: el perverso estado español, el mismo que hace años, casualmente, le quitó un chollo del que disfrutaba con una beca española que le había caído y que, según ella, era perfectamente compatible con echar pestes de España, morder la mano que la alimentaba y promover el independentismo catalán urbi et orbi. Posteriormente y de manera paulatina, doña Clara fue ampliando su lista de enemigos acérrimos. Cuando se le acabaron los españoles, la tomó con los catalanes, especialmente con los compañeros de su supuesto exilio. Ya dio señales de ello cuando dijo que la declaración de independencia había sido un farol y que no había nada preparado para el supuesto día después. Puchi y sus secuaces se lo dejaron pasar, pero ella, en vez de moderarse y hacer piña con sus camaradas de infortunio, siguió chinchándoles en cuanto se le presentaba la menor ocasión. Entre eso y darle esquinazo al juez, se le va pasando la vida tan ricamente (o tan amargamente, que es, intuyo, su manera de disfrutar de la existencia). Ahora la acaba de tomar con Cocomocho por haber ayudado a Pedro Sánchez a conservar su preciado sillón presidencial, insinuando que el Hombre del Maletero solo piensa en su bienestar personal y en el de sus leales. Clara Ponsatí se está quedando más sola que la una, pero no solo le da igual, sino que yo creo que ella piensa que por ahí puede labrarse un futuro como guardiana en solitario de las esencias (aunque le haga un tanto la competencia la inefable Dolors Feliu, mandamás de la ANC, que también ve traidores por todas partes, especialmente en Òmnium Cultural: tal como son, veo poco probable que formen un frente común a la hora de hacer carrera política).
Tengo la impresión de que, en sus sueños más delirantes, Clara Ponsatí se ve como la primera presidenta de la república catalana independiente. Consciente de que la misión que se ha impuesto es larga, difícil y complicada, ha cortado amarras con todos sus compañeros de viaje y va por libre en su condición de única partidaria de verdad de la independencia de Cataluña. No sé si piensa fundar un nuevo partido político, pero no me extrañaría. Y si luego no la vota nadie porque se ha echado fama de vieja loca desagradable, siempre podrá ampliar su nómina de enemigos a Cataluña entera, paisito mezquino y cobarde que se resiste a entender su grandeza.
Mientras tanto, seguirá refunfuñando y repartiendo chorreos a propios y extraños y siendo lo más tóxica posible con todo el mundo. Persiguiendo la república como el Coyote al Correcaminos. Permanentemente rabiosa como el Diablo de Tasmania con Bugs Bunny. Volviéndose tarumba lenta, pero decididamente, y tratando de sacarnos de quicio a todos con sus salidas de pata de banco. En fin, allá ella. Que se divierta a su manera, que yo me divertiré a la mía: considerándola un personaje ridículo más de la galaxia animada de la Warner Brothers. De hecho, todas sus aspiraciones están perfectamente descritas en aquella serie de mi infancia que, en el doblaje sudamericano, se titulaba Fantasías animadas de ayer y hoy.