El Tete Maragall, como el Alcázar de la película, no se rinde. Le acaban de dar por saco por segunda vez, pero asegura que no se va a casa, que no les va a dar esa alegría a quienes le quieren mal y que, como Joe Rigoli en sus buenos tiempos, “Yo sigo” (referencia viejuna, lo reconozco, a un siniestro y olvidado humorista argentino de TVE). La verdad es que el hombre tiene un aguante admirable: primero, Manuel Valls se las apañó para quitarlo de en medio en beneficio de Ada Colau, a la que también detestaba, pero que se le antojaba una especie de mal menor; después, como acabamos de ver, entre los comunes y el PP han vuelto a echar al hoyo sus planes de pillar cacho municipal, aunque fuese como segundo de a bordo de ese burgués tan bien educado que nos acaba de enviar a sus adversarios políticos y a quienes no le hemos votado a tomar por donde amargan los pepinos (en versión suave, eso sí, que para algo es un Trias i Vidal de Llobatera). Cualquier otro arrojaría la toalla y, teniendo en cuenta su edad provecta, se iría a casa. Sintiéndose incomprendido y maltratado, por supuesto, pero a casita, que llueve y algún nietecito abandonado a su suerte tendrá por ahí.

Hay un sector de ERC que culpa al Niño Barbudo de no haber movido un dedo para facilitar un acuerdo entre su partido, Junts y el PSC para hacerse con la alcaldía de Barcelona, basándose en la (discutible) teoría de que esas tres fuerzas políticas son progresistas, catalanistas y hasta de izquierdas. La teoría es impecable, pero la práctica… Ah, la práctica... En la práctica, todos sabemos que ERC y Junts se detestan, que ambas pandillas odian a los sociatas y que la CUP, que nunca está contenta con nada, tiene tendencia a hacerse a un lado cuando se la necesita para no contagiarse de las actitudes de los cochinos burgueses (que son todos menos ellos, en la línea del descacharrante columnista de El Nacional Enric Vila, para el que todo el que no piensa como él forma parte del gobierno de Vichy catalán, no confundir con la célebre bebida gaseosa). Por mí, pueden ciscarse en el pobre Aragonés sin tasa, pero yo diría que el principal responsable de que no se haya podido organizar una alianza izquierdista es Ernest Maragall, presa de un odio visceral a su antiguo partido, el PSC, al que detesta sobre todas las cosas.

¿Por qué? Mi teoría es la siguiente: en el PSC, el Tete nunca pasó de ser un segundón de su hermano Pasqual, el listo de la familia, por mucho que tuviera el cuajo de afirmar que se metió en el ayuntamiento de Porcioles para combatir al franquismo desde dentro, cuando todos intuimos que solo quería pillar un curro para toda la vida. Al pasarse a ERC, el Tete se convirtió en alguien, en su propia persona. O, como dijo una de las exmujeres de Andrés Pajares cuando obtuvo el anhelado divorcio: “Por fin soy yo misma. ¡Por fin soy Chonchi Alonso!”. ¿Y quién era Chonchi Alonso? Pues, como el Tete Maragall, nadie en particular.

La carrera del Tete en ERC se ha basado, principalmente, en la sobreactuación patriótica (puede que para hacerse perdonar su contribución al auge del socialismo español). Mientras militó en el PSC, nunca se le oyó una palabra a favor de la independencia del terruño, pero en ERC no ha hablado de otra cosa y se ha sumado a todos esos que insisten en la obviedad de que la unidad de España está por encima de todo entre los partidos constitucionalistas (¿cómo no va a estarlo?: escandalizarse al respecto es como protestar porque el Papa sea católico).

Ernest Maragall ha hecho todo lo posible y más para ser en ERC lo que nunca fue en el PSC. Inasequible al desaliento, tras dos zancadillas de espanto en su camino hacia la alcaldía de Barcelona, asegura que no se retira, que sigue en sus trece y que no piensa alegrar la vida de sus detractores jubilándose. Tras Laura Borràs y Ada Colau, llega otro político catalán de esos que no se van ni con agua hirviendo: esto empieza a parecer una epidemia.