En plena negociación para conformar una mayoría parlamentaria, los conservadores rechazan con extrema contundencia cualquier acuerdo que contemple medidas de gracia para los condenados por el procés. Una posición política que puede entenderse, especialmente por lo tragicómico del proceder de socialistas e independentistas, pero que roza la insensatez cuando para reforzarla se recurre a deslegitimar aspectos esenciales de nuestra democracia. En concreto, me refiero a tres argumentaciones recurrentes que sorprenden en boca de quienes se autoproclaman los mayores defensores de la Constitución.

Así, no se entiende que se arguya con tanta vehemencia que, a falta de mayorías claras, debería gobernar el partido con mayor representación (que, por cierto, no siempre coincide con el efectivamente más votado). En este sentido, de no haber dicha mayoría suficiente, nuestro ordenamiento democrático contempla la conformación de mayorías parlamentarias, sustentadas en dos o más distintos partidos.

A su vez, resulta ya cansino insistir en un pacto entre los dos grandes partidos. En el momento tan complejo que vivimos desde hace ya algunos años, es indispensable que el ciudadano perciba que no todo es lo mismo, que se dan diferencias ideológicas entre las propuestas de unos y otros con incidencia real en el vivir de la gente. Grandes pactos PP-PSOE seguramente acabarían por alimentar los radicalismos y no arreglarían los grandes males, que tienen mucho más que ver con fracturas sociales extendidas por todo occidente que con las disfunciones del mapa autonómico español.

Finalmente, no se puede denunciar airadamente que pactar con determinadas formaciones constituye un atentado a la convivencia, como hace el PP al señalar a independentistas vascos y catalanes. Si dichas formaciones tienen representación parlamentaria es porque son plenamente legales y su propuesta ha sido libremente elegida por sus votantes. Podemos compartir o no sus propuestas, pero tan legítimo es el diputado del PSOE o PP como el de Bildu, Junts o Vox.

Dicho ello, el desvarío de Puigdemont y los suyos, que ha conseguido arrastrar al fango de la radicalidad a unos y otros, puede conducir a un escenario lamentable. Pero, aun así, no justifica que quienes tanto defienden la Constitución, la socaven y deslegitimen por sus intereses partidistas revestidos de patriotismo. Pero, vaya, llevamos ya años de desorientación y aún tenemos para rato. Así que paciencia y sentido del humor.