Jordi Turull
Juntos por el Titanic
¿Hay en España algún político más aburrido y deprimente que Jordi Turull (Parets del Vallès, 1966)? Me permito dudarlo. En cualquier caso, en su Cataluña natal gana por goleada, aunque la competencia es nutrida. Hay algo en su rostro y sus expresiones (o, más bien, carencia de ellas) que lo hace rematadamente cansino. De hecho, su único mérito físico, si así se le puede considerar, es cierto parecido con Dan Pussey, un personaje de los cómics del norteamericano Daniel Clowes. A mí me basta con ver una foto de Turull para experimentar un tedio sideral y una pulsión urgente por bostezar. Y cuando abre la boca, las cosas empeoran, pues el hombre es como un disco rayado que repite hasta la náusea las mismas consignas independentistas de siempre, como si la independencia del terruño fuese un tema que aún está sobre la mesa, aunque ya no haya ni mesa.
Por motivos inexplicables, el amigo Turull, que no debería haber pasado de secretario del ayuntamiento de su pueblo, es el secretario general de un partido en proceso de derribo, Junts, cuyo líder espiritual, Carles Puigdemont, se aburre como una seta en Flandes mientras en el Parlamento europeo ya no saben qué hacer para quitárselo de encima (a él y a su corte de lamebotas, encabezada por el tránsfuga profesional Toni Comín). Comparte, más o menos, el trono, con una señora muy grande llamada Laura Borràs que sigue creyendo que se cometió una injusticia con ella cuando se la desalojó de su cargo de presidenta del parlamentillo catalán. Uniendo sus esfuerzos, estas dos lumbreras están llevando a la posConvergencia al hoyo, pero Turull se comporta como si lo estuviesen haciendo todo bien y como si no entendiera por qué su partido cada día es más irrelevante.
Al pobre Turull se le acaba de rebotar parte de la militancia por haber dejado escapar la Diputación de Barcelona, que ha caído en manos de los socialistas gracias, entre otros, a dos diputados de Junts (¡el enemigo en casa!). Yo diría que hasta el lazi más obtuso se da cuenta de que con Turull no es que no se alcance la independencia, sino que no se va a ninguna parte razonable. La triste realidad es que Junts está en franca decadencia y no pinta gran cosa ni aquí ni en Bruselas, pero Turull no se da por aludido: si sobrevivió a los ataques de aerofagia de su compadre Rull en el talego, ¿cómo no va a sobrevivir a las actuales tribulaciones personales y colectivas?
Cual Buster Keaton de la política, Jordi Turull se mantiene impertérrito ante el progresivo deterioro de su partido, como si la cosa no fuera con él, y poniendo permanentemente esa cara de no sentir ni padecer. No sé si cree que la independencia de Cataluña es inminente, pero actúa como si así fuera, inasequible al desaliento, impasible el ademán: Junts es el Titanic y él sigue tocando la gralla. Ya no sé si calificar su actitud de estúpida o de admirable.