Gabriel Rufián
Rufi se viene arriba
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Cuando ya creíamos que Juan Gabriel Rufián Romero (Barcelona, 1982) se había convertido en un político español más que se disponía a calentar un asiento en el Congreso de los Diputados hasta que lo sacara la grúa municipal, el hombre se ha visto obligado a sobreactuar al inicio de la campaña para las elecciones del próximo día 23. Se habían acabado los numeritos chuscos (las esposas, la fotocopiadora, etc.), se nos había casado con una burguesita del PNV, apenas daba la tabarra con el hecho diferencial catalán, disfrutaba viendo como los camareros madrileños se dirigían a él como Don Gabriel, adoptaba a veces aires de estadista, vestía correctamente y, sobre todo, había dejado de soltar las burradas con las que se había aupado a la fama en un principio, cuando Joan Tardà lo seleccionó entre la charnegada para representar a los nuevos catalanes independentistas. La verdad es que siempre lo consideramos un oportunista que se había envuelto en la estelada para medrar, consciente de que fuera de la política solo podía aspirar a una plaza de portero de discoteca en su Santa Coloma de Gramanet natal (hay que ver cómo se puso cuando lo presentaron a alcalde de su pueblo: dijo que vale, a regañadientes, pero que, de abandonar el Congreso, ni hablar del peluquín). Pero habíamos ido asistiendo a su peculiar evolución y hasta nos parecía un Pijoaparte de lo más espabilado que había encontrado su sitio en el panorama político español. Yo no esperaba, francamente, que nos saliera por peteneras como acaba de hacer al inicio de la campaña electoral.
En vez de adoptar ese tono de estadista cabal que lleva años utilizando con éxito, el hombre ha vuelto a las salidas de pata de banco de sus inicios, poniendo verdes a todos los partidos que no sean el suyo, ERC, y sumándose a ese mantra nacionalista que asegura que todos los políticos españoles son lo mismo (o sea, un asco) con respecto a la Cataluña catalana y que solo se puede votar a ERC para defender al paisito de las desgracias que se le vienen encima gane quien gane las elecciones, dado que, como se deduce de sus jeremiadas, todos los aspirantes odian a Cataluña.
Las elecciones según Rufi: ¿votar al PSOE?: mal; ¿votar al PP?: peor, pero no demasiado; ¿votar a Vox?: invocar al Anticristo; ¿votar a Sumar?: quita, quita, que esos no suman, ¡restan! Y así sucesivamente. Es como si lo hubieran encerrado a solas con el beato Junqueras durante unos días para que éste pudiera proceder a lavarle el cerebro: el diputado cabal, convertido en The manchurian candidate.
Para el nuevo/viejo Rufián, todo lo que no sea votar a ERC es darle armas al Maligno. Todos son malos. Todos son iguales. Todos odian a Cataluña. Yolanda Díaz ha traicionado a la auténtica izquierda (véase a Rufi dando vivas a Irene Montero). Pedro Sánchez es un trilero del que no hay que fiarse (ahí ha acertado, pero por casualidad), aunque ERC lo ha apoyado y le sacó en su momento sus buenos indultos para los tuercebotas del prusés.
No sería de extrañar, evidentemente, que estemos ante una nueva pantomima de Rufi, da igual si se le ha ocurrido a él o al beato Junqueras. Del partido que ha inventado el independentismo autonomista se puede esperar cualquier cosa. Cuando ERC se pegue el batacazo que se le vaticina, ya habrá tiempo de volver a interpretar el papel del estadista cabal (con hecho diferencial, pero sin exagerar): no va a echar el hombre a la basura todos los esfuerzos que le han llevado a que los camareros de Madrid le llamen Don Gabriel.