Presunto delincuente con escolta
Cataluña, a principios del verano de 2023. Reina la indignación en la prensa del régimen subvencionada por el régimen (¡viva mi dueño!) ante la, según ellos, injustificable campaña de acoso y derribo que está sufriendo el exconsejero de Interior de la Generalitat, Miquel Buch, por haberle puesto escolta hace unos años al fugitivo de la justicia Carles Puigdemont, de profesión, incordiar y tocarse las narices en Flandes mientras promete, como el personaje de una novela de Juan Marsé, que un día volverá. El presunto encargado de la seguridad del expresidente de la Generalitat es un sargento de los mossos d´esquadra llamado Lluís Escolà, al que Puchi define como “un amigo y un patriota” (mientras sus detractores lo consideran, simplemente, un zumbado). Escolà ya le echó una manita al Hombre del Maletero cuando se dio el piro tras citar a todo su gobierno para el lunes siguiente, cita a la que, como todos sabemos, no se presentó. Escolà había sido contratado como asesor (¿de qué?) por el tal Buch, quien, aparentemente, le dio permiso para irse a Waterloo a proteger a Puchi de toda esa gente malvada que lo quiere eliminar porque representa la libertad de la Cataluña catalana. La división de Asuntos Internos no le vio la gracia a la actitud de Buch, y actualmente, el intendente (caído en desgracia junto al mayor Trapero y desterrado a la comisaría de Rubí) Toni Rodríguez se presenta como el mayor testigo de cargo contra Escolà y su entonces jefe, para los que la justicia española pide, respectivamente, seis años de cárcel más 27 de inhabilitación y cuatro años y medio de talego y 23 de la pertinente inhabilitación.
Buch y Escolà parecen, ciertamente, dos sujetos lamentables, pero no nos engañemos: sólo son dos personajes secundarios en el mundo de Puchi, el Gran Liante de toda esta historia. Lo vi hace unas noches por televisión, declarando por videoconferencia, y me pasmé una vez más ante el cuajo y la cara de cemento armado que tiene ese hombre. Según él, como presidente de la Generalitat (en el exilio, como él llama a sus eternas vacaciones pagadas con el dinero de los catalanes y de la Unión Europea), tiene derecho a los servicios de un escolta (delincuentes con escolta: otro hallazgo del prusés. Pero alto, que la cosa no se acaba ahí, ya que, según Puchi, el sargento Escolà no era un escolta strictu senso, sino un amigo y un patriota que le hacía compañía en las frías y desapacibles noches de Waterloo (aunque todos lo habíamos visto junto al fugitivo mirando mal a derecha e izquierda y poniendo cara de guardaespaldas o de matón). A la pregunta de si Escolà y otros mossos patrióticos habían pernoctado en la Casa de la República, el Hombre del Maletero dijo que sí, pero no en el ejercicio de sus funciones policiales (a las que creía tener derecho, como ya hemos dicho), sino para… ¿Para qué? ¿Para cantar Rosó, Rosó, flor de la meva vida, sobre el piano arrobador de Toni Comín? ¿Para participar en una fiesta de pijamas o en una batalla de almohadas? ¿Para intercambiar con el expresidente cremas para el cutis? ¿Para hablar del Barça?
El responsable de todo este desaguisado es, como de costumbre, Carles Puigdemont. Escolà es un donaire con pretensiones y Buch, directamente, lo que viene siendo un pringao. Y mientras estos dos patriotas de piedra picada se juegan el trullo y la inhabilitación, el otro sigue en Waterloo liando la troca y haciéndose el ofendido en su dignidad. Por mucho que se considere el genuino presidente de la Generalitat de Cataluña, Puchi sólo es un aspirante a presidiario al que se le puede acabar el chollo europeo en cualquier momento. A ver qué pasa con su presunta inmunidad. Y a ver qué descubre ese comité que se ha creado para analizar la posible influencia rusa en el disparate independentista de hace seis años. De momento, la gallarda Clara Ponsatí ya ha anulado su presencia en Lérida para un acto en su honor porque el juez Llarena ha reactivado su orden de detención. Puchi ni está ni se le espera, y a su mujer están a punto de soplarle los 6.000 euros que se embolsaba mensualmente por un programa televisivo de la Diputación de Barcelona que no veía nadie. Pintan bastos en Waterloo y Buch y Escolà solo son la avanzadilla de una larga cuerda de presos.
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