¿Qué fue de Baby Camilín?
No paran de llegar noticias siniestras sobre el pobre Camilo Blanes Arnelas (Ciudad de México, 1983), único hijo del difunto Camilo Sesto y heredero de su mansión en la Moraleja, que, según cuentan, ha convertido en un caos y un prodigio de abandono y suciedad. Parece que el muchacho tiene problemas mentales (también los tenía su padre, aunque más discretos, por lo que no habría que rechazar del todo una explicación genética) y muestra cierta tendencia a abusar de las drogas. Aunque nadie afirma nada a cara descubierta, las lenguas de doble filo, que nunca se identifican, ya van diciendo por ahí que el pobre Camilín tuvo una infancia espantosa en Miami con su padre y que vio cosas que nadie debería ver a ninguna edad (aunque no queda claro a qué se refieren, pues ya se sabe que las lenguas de doble filo son, por definición, imprecisas y dadas a sugerir más que a afirmar). Lo que vienen a decir es ese concepto que se usa en las películas americanas para describir a alguien al que siempre le tocaron las peores cartas: He never had a chance (Nunca tuvo ni una oportunidad).
Echando la vista atrás, recuerdo las apariciones del desdichado Camilín en los programas televisivos de Alfonso Arús, cuando su cuñado, Javier Cárdenas, estaba instalado a perpetuidad en Miami y se dedicaba a la caza del friki. Los favoritos de quienes seguíamos a Cárdenas eran un travestido con sobrepeso apodado La Pantoja de Puerto Rico y Camilo Sesto, que ya empezaba a dar preocupantes señales de insania (como la exposición de sus cuadros de búhos hechos a base de chinchetas, o la tendencia a responder cantando las preguntas de Cárdenas). La casa de Camilo padre en Miami parecía un apartamento de 13 Rue del Percebe: el cantante deliraba a todas horas, su hijo lo miraba con cara de susto y una asistenta importada desde Alcoy, localidad natal del autor de Vivir así es morir de amor, hacía como que barría al fondo del encuadre mientras farfullaba cosas en un valenciano incomprensible. No hacía falta ser Sigmund Freud para intuir que aquel ambiente no era el que más bien podía hacerle a un crío de la edad de Camilín.
Años después, los peores presagios se han cumplido. A sus cuarenta tacos, Camilo Jr. parece haber entrado en una espiral autodestructiva de la que nadie sabe cómo sacarle. Sin conocerle de nada, cualquiera puede sentir por él una compasión tremenda. Sobre todo, después de ver esas extrañas fotos que él mismo ha colgado en las redes sociales y en las que se le ve disfrazado de mujer y luciendo una sonrisa ida que permite apreciar el estado catastrófico de su dentadura. Tengo la impresión de que lo estamos viendo morir en directo. Y que estamos ante una nueva versión del hijo de famosos que se perdió por el camino de la vida, ante un alter ego trágico de Paquirrín, pero sin una madre que le eche una mano (la suya, Lourdes Ornelas, ni nada en la abundancia ni sabe ya qué hacer ante el desastre).
Personalmente, y sin asomo alguno de ironía, el pobre Camilo me inspira una pena tremenda, aunque jamás haya cruzado con él ni una palabra. Ya sabíamos que el dinero no siempre hace la felicidad, pero hacía tiempo que no veíamos con tanta claridad que así es.