Jair Bolsonaro
Jair Bolsonaro (Sao Paulo, 1955) tiene un segundo nombre muy peculiar que casi nunca se cita, Messias. Llámenme tiquismiquis, pero con semejante nombre hay que ir con mucho cuidadito a la hora de ponerlo, pues puede suceder que el bebé agraciado se convierta de adulto en un energúmeno convencido de que Dios está de su lado y que, por consiguiente, puede hacer lo que le venga en gana. Por ejemplo, si se ha dedicado a la política y ha llegado a presidente de su país, dar la chapa con que las elecciones que ha perdido han sido manipuladas en su contra y dar ánimos a sus hooligans para que la líen parda mientras él se traslada convenientemente a otro país para que el previsible desmadre le pille lejos del teatro de operaciones. Eso es lo que ha hecho el expresidente de Brasil, Jair Messias Bolsonaro, al largarse a Florida mientras sus leales montaban un cirio en Brasilia de dimensiones colosales.
Hay que reconocer que tiene cierta lógica el lugar elegido para verlas venir, ya que en los Estados Unidos vive su amigo y maestro Donald Trump, quien ya se le adelantó a la hora de mentir sobre los resultados electorales y bendijo a los cenutrios que tomaron el Capitolio de Washington, ofreciendo al mundo un espectáculo que nadie habría podido imaginar en la principal potencia de occidente. Aprovechando que su contrincante, Lula da Silva, le había ganado por la mínima, Bolsonaro no tardó nada en decidir que una victoria tan por los pelos no merecía ser tomada en serio. De ahí a liarla en redes sociales, radios y televisiones hay solo un paso. Y no hay que olvidar que, al igual que Trump, Bolsonaro cuenta con un incomprensible apoyo en las zonas más desfavorecidas del país, aunque no haya hecho nada por ellas durante los años que se ha tirado al frente de la nave (2019 – 2023). En cuatro años, a Bolsonaro le cabe el dudoso honor de haber contribuido notablemente a la desforestación de la Amazonia y el de haber gestionado la pandemia del coronavirus de la peor manera posible, un poco a lo Boris Johnson, pero a lo bestia. Y pese a su pasado de presidiario, tema sobre el que nunca han llegado a aclararse del todo las cosas, Lula da Silva aparenta un interés por la humanidad en general y los brasileños en particular que al ex militar reciclado en político ultramontano no le hemos intuido nunca.
Bolsonaro es peligroso porque, aunque ya no ejerza de presidente, le quedan muchos fieles en cargos importantes: solo así se explica la cachaza de políticos y policías que deberían haber puesto orden en la turba de Brasilia con mayor prontitud y eficacia. Evidentemente, después del motín, ha habido detenciones y ceses a punta pala, pero el principal responsable del sindiós sigue, en el momento de escribir estas líneas, sin moverse de Estados Unidos, aunque ya se habla en Brasil de su muy deseable extradición.
Trump inició una moda que ha seguido Bolsonaro y a la que vaya usted a saber quién será el próximo en apuntarse. Les deseo lo peor a los dos y que su justo castigo consiga efectos tranquilizantes entre todos los aspirantes a tiranuelo de este mundo. Por desear, que no quede.