Gary Glitter
El payaso siniestro
A principios de enero saldrá de un presidio inglés un señor de 78 años, gordo, calvo y con perilla de satanista, que se ha tirado ocho años a la sombra por sus lamentables actos de pedofilia, que ya lo llevaron previamente a tirarse tres más en una cárcel de Vietnam, que era, junto a Tailandia, su campo de juegos favorito cuando los de su país demostraron ser demasiado arriesgados. El sujeto en cuestión se llama Paul Gadd, pero es posible que los lectores de una cierta edad lo recuerden por su alias, Gary Glitter, con el que triunfó a principios de los años 70, formando parte del sector más cutre y ridículo del llamado glam rock (junto a grupos como Geordie o The Sweet). Los devotos del sector, digamos, serio del asunto (para entendernos, los fans de Bowie, Roxy Music o Cockney Rebel) siempre le consideramos un payaso cuyas canciones eran más malas que la tiña, aunque consiguiera petarlo con hits como Rock & Roll, part 2 (pese a lo previsible, nunca grabó Rock & Roll, part 1) o I´m the leader of the gang (que TV3 utilizó como banda sonora de los anuncios de sus partidos de fútbol cuando ya todos sabíamos de las peculiares tendencias sexuales de nuestro hombre).
Al señor Gadd, el glam rock lo pilló algo mayor y con cierto sobrepeso, pero eso no le arredró: se embutió en unos trajes de lamé que parecía siempre a punto de hacer explotar con su barrigón, perfeccionó una técnica de grabación con la que siempre se le olía a lo lejos, como si el grupo estuviera en el estudio y él berreara desde el pasillo y se convirtió rápidamente en ídolo de garrulos y motivo de chanza para connaiseurs del pop. La verdad es que hasta resultaba entrañable como mezcla imposible de Elvis y Benny Hill. Y de no ser por su maldición sexual, podría haber llegado a viejo convertido en eso que los británicos definen como un national treasure. Lamentablemente para él, sus demonios interiores se impusieron y, ya jubilado de la música (o de lo que él creía que era música), se convirtió en carne de titular sensacionalista gracias a sus visitas a los burdeles de niñas (aunque tampoco le hacía ascos de vez en cuando a los niños) de países asiáticos. En Inglaterra ya empezaban a apretarle las tuercas cuando emprendió viaje a Tailandia o Vietnam, país éste en el que lo acabaron trincando y metiendo en el trullo una temporada hasta extraditarlo al Reino Unido, donde se ha pasado los últimos ocho años a la sombra.
Gary Glitter habría sido un payaso más del pop de no ser por sus tendencias siniestras. Durante un tiempo constituyó un motivo de regocijo para las conversaciones de quien esto firma con amigos de su cuerda, pero cuando el clown del glam rock mutó en repugnante pedófilo, la cosa dejó de tener maldita la gracia. No contento con abusar de menores, eligió hacerlo en sitios en que pudiera dedicarse a sus cosas desde una posición de poder, de extranjero adinerado que podía comprar niños a buen precio y carente de problemas si tocaba sobornar a un padre de familia o a un policía.
No sé cómo serán los años de vida que le queden en este planeta, pero algo me dice que no van a ser precisamente una fiesta.