Àngel Casas
El primer cronista pop
Ayer nos dejó Àngel Casas a los 76 años de edad, cuando creíamos que había dejado atrás el enorme suplicio físico que había conducido a la amputación de sus dos piernas. Hablé con él poco después de tan desagradables experiencias y lo encontré extrañamente tranquilo, como si lo peor ya hubiese pasado, ¡por fin!, y pudiera dedicarse apaciblemente a la literatura, que fue su último y tardío oficio, con el que produjo algunos libros de relatos breves que estaban la mar de bien. Antes de eso, Casas había sido el Johnny Carson catalán con sus programas de variedades para TV3. Y antes aún, la etapa en que me alegró la adolescencia, uno de los primeros cronistas pop del tardofranquismo, con sus columnas en Fotogramas, su estupendo libro 45 revoluciones en España (que yo siempre le insistía en que merecía ser reeditado) y la revista que fundó en 1974, Vibraciones, que yo tuve el honor de enterrar años después a medias con nuestro común amigo Antoni Batiste.
En su Cataluña natal, casi todas las necrológicas han destacado su etapa en TV3, pasando muy por encima de su anterior labor profesional, que a mí era la que más me interesaba. Su sección de música pop en Fotogramas era una gozada que te ponía en contacto con la actualidad británica y norteamericana sin moverte del Eixample. 45 revoluciones en España, recuento de la música popular nacional durante los años 60 y principios de los 70 (el libro salió en 1972, si no recuerdo mal), era lo más divertido (y puede que lo único) que se había escrito al respecto, y el estilo ya denotaba que ahí había un escritor que, tarde o temprano, acabaría por salir a la luz (como se demostró con los libros que le publicó la editorial de su amigo Jaume Vallcorba, que en paz descanse también). La aparición de Vibraciones, financiada por el editor de El Viejo Topo, Miquel Riera, constituyó la puesta de largo de la prensa musical española, pues nunca habíamos tenido un mensual a todo color en la línea del francés Rock & Folk. Por esa época, y antes, Casas trabajaba en la radio, fabricando programas musicales que eran el equivalente sonoro de sus columnas para la revista de Elisenda Nadal. Vinieron luego sus programas de televisión para toda España, junto a titanes del asunto musical como Diego Manrique, Jesús Ordovás o Carlos Tena: Musical Exprés, Popgrama...
Cuando consideró que se estaba haciendo demasiado mayor para seguir dando la chapa con el rock & roll, se recicló como anchorman de programas de variedades en la televisión autonómica catalana de antes de que se convirtiera en el altavoz del prusés. Por esos tiempos lo recuerda principalmente la prensa barcelonesa, aunque debo reconocer que yo me los perdí porque salía cada noche a beber y hacer el ganso. La evolución funcionó a la perfección: era un nuevo Casas para un nuevo público, más mayor o con menos interés en la música pop. La última parte de su vida estuvo consagrada a la literatura y estoy convencido de que la muerte lo ha pillado con algún libro a medio escribir. Personalmente, por cierto, era un gran chico, un tipo listo, afable, nada creído e impecablemente respetuoso hasta con la gente que no le caía bien. A veces es cierto lo de que siempre se van los mejores.