Mario Draghi
La llegada de Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo (BCE) para liderar el Gobierno italiano ha dotado de una estabilidad casi inédita al país en los tiempos especialmente complicados de la pandemia y, posteriormente, de la recuperación. Pocos niegan que su labor, enfocada en el saneamiento económico, la prudencia y la adecuada gestión, ha devuelto la confianza de los inversores a una de las mayores economías del mundo, que marchaba a la deriva intoxicada por una sempiterna inestabilidad política.
Por eso y por los planteamientos de corte liberal en los que se ha basado para trazar este camino, sorprende que el Draghi se muestre particularmente proteccionista con operaciones como las planteadas en torno a Atlantia. Es cierto que, precisamente fruto de la situación de debilidad económica de Italia, reflejada convenientemente en bolsa, la actuación de los fondos en busca de oportunidades de mercado amenaza al país con quedarse sin unos cuantos referentes empresariales y que un Ejecutivo no debe quedarse de brazos cruzados ante tal circunstancia.
Sin embargo, también lo es que tal actitud choca con el discurso anteriormente mencionado. Circunstancias excepcionales exigen medidas excepcionales, lo que hace más razonable llegar a la conclusión de que no son precisamente los actuales los mejores tiempos para defender determinadas posturas que difícilmente se podrán mantener. Entre otros motivos, por el efecto perverso que pueda ocasionar entre los inversores, que pueden pasar de merodear de forma continua el mercado local a volverse a alejar, presa de nuevo de la falta de confianza.