Pablo Casado
Sin madera de líder
Da la impresión de que el presidente del PP, Pablo Casado (Palencia, 1981) se ha caído con todo el equipo y tiene escaso futuro en el partido de sus amores. En principio, la jugada podría haberle salido bien. Denunciar a una compañera por supuesta corrupción podría resultar encomiable, de no ser porque todo el mundo se dio cuenta de que no señalaba con el dedo a Isabel Díaz Ayuso porque le preocupara su (presunta) condición de comisionista en beneficio de su hermano, sino porque la susodicha llevaba tiempo tocándole las narices y amenazando su liderazgo y urgía quitársela de en medio. Tampoco los medios empleados para desenmascarar a la presunta corrupta fueron muy ejemplares. ¿Recurrir a una agencia de detectives? Vale, aceptamos pulpo como animal de compañía, pero encargarle la basse besogne (que dirían los franceses) a un maestro de la chapuza como Ángel Carromero (el hombre que se cargó en Cuba al disidente Oswaldo Payá y al que Casado había enchufado en el ayuntamiento de Madrid) no fue precisamente una idea brillante: además de eliminar problemas, hay que dar con las personas adecuadas y no seguir el ejemplo de los GAL con el subinspector Amedo).
Pablo Casado llegó a presidente del PP en 2018 y enseguida cometió su primer error de bulto: nombrar secretario general del partido a un señor de Murcia llamado Teodoro García Egea que, en sus ratos libres, practica el lanzamiento de huesos de aceituna con la boca, disciplina deportiva de la que se declara campeón mundial (creo que tiene el record de distancia en once metros y medio). Teodoro llegó al cargo con sus leales, y ya hemos visto recientemente de lo que son éstos capaces (¿o es que nos hemos olvidado de que su fiel Casero aprobó él solito la reforma laboral del gobierno por no saber distinguir el botón del sí del botón del no?). Sumemos a este entorno nocivo las ansias del interesado por presentarse como la versión 2.0 de su antiguo jefe, José María Aznar, y la (para mí incomprensible) admiración de la que goza la señora Ayuso entre sus hooligans, que son de abrigo, y nos acabará saliendo un pan como unas hostias, que es lo que horneó Casado y lo que va a condenarle al ostracismo en ese PP que, al parecer, va a intentar tunear el gallego Núñez Feijóo, líder declarado de esa entelequia colectiva que hay en todos los partidos políticos y que responde al nombre, algo machista, de barones.
Sin el carisma de Aznar (podías detestarlo, pero había que reconocerle cierta pericia para el caudillaje) y jugando fatal sus cartas, Casado parece haber tirado a la basura su carrera política y, de paso, la de su fiel Teodoro (puede que Casero se cure de su daltonismo y que Carromero encuentre curro de taxista, dada su pericia al volante). Pero Feijóo tampoco lo va a tener fácil para poner orden: su alergia a Vox ya le ha granjeado acusaciones de ser, como se decía de Rajoy, un maricomplejines (o, directamente, un peligroso bolchevique separatista: hay que ver qué imaginación tiene el ala dura del PP) y es de esperar que su cogote sustituya al de Casado cuando a Ayuso le entren ganas de respirar fuerte.
El sainete aún no ha terminado. La carrera de Casado puede que sí.