Jordi Sabatés
El pianista
Una nota en Facebook puso sobre aviso a amigos y conocidos de Jordi Sabatés (Barcelona, 1948 – 2022) de que el pianista no estaba pasando por su mejor momento. El corazón le había dado un segundo susto (el primero, hace unos años, le dejó con la mitad de ese órgano inutilizable) y estaba hospitalizado. Reconocía que no les había hecho a sus médicos el caso necesario y que había seguido con su ritmo de trabajo, que era más que notable, aunque una escasísima parte de él se desarrollara en su Cataluña natal, donde, según me comentó en cierta ocasión, había caído en desgracia por su evidente desafección al régimen, del que solíamos despotricar cuando caía por Barcelona --parecía estar siempre de un lado para otro-- e íbamos a comer al Bauma, esa especie de Último Café que hay en la esquina de Lauria con la Diagonal.
Cuando murió, eso sí, TV3 le dedicó unos minutos del Telenotícies y se deshizo en elogios del difunto, omitiendo convenientemente que mientras estuvo vivo su paisito le hizo el menor caso posible, algo que, por otra parte, a él tampoco le quitaba el sueño: Jordi siempre fue un tipo de una gran elegancia, tanto en lo personal como en lo profesional, y no era de los que perdían el tiempo quejándose. Llevaba en la música desde finales de los 60, cuando militó en grupos tan dispares como Picnic (sí, los de Cállate, niña, canción estupenda, por otra parte) y Om. En 1971 fundó su propio grupo, Jarka. Colaboró en el mítico Dioptría de Pau Riba y acompañó a algunos pesos pesados de la cançó, como Maria del Mar Bonet, Ovidi Montllor o Quico Pi de la Serra. Con Toti Soler grabó un disco excelente, y lo mismo le pasó con Tete Montoliu (Vampyria, que escandalizó a algunos puristas del jazz, pero acabó revelándose como una de las obras más notables del género). En los años 80 le dio por reivindicar a Scott Joplin, creador del ragtime al que también se acercó, para inclinar la balanza hacia donde no convenía, la simpar Nuria Feliu (canten conmigo: Tinc un novio que es timador, pero quan m´estima no em tima, no, no). Luego atacó el cine mudo y compuso piezas para acompañar las películas de Buster Keaton, del pionero español Segundo de Chomón y hasta el Nosferatu de Murnau. Compuso lieds para Carmen Bustamante e hizo todo lo posible por mantener viva la memoria de Frederic Mompou, un compositor al que adoraba.
Conociéndole un poco, puedo asegurar que aún le quedaba mucho trabajo por delante, pues el hombre era de los que ni se duermen en los laureles (abundantes en su caso) ni se saben estar quietos. Siempre me intrigó de él que, además de ser músico, fuese también un licenciado en Física, singularidad a la que achaco ese aire de científico un pelín excéntrico que siempre tuvo. Como músico, partiendo del jazz, fue siempre por libre, transitando por el pop, las bandas sonoras y lo contemporáneo, regresando siempre a los orígenes por distintos y fascinantes vericuetos. Se agradecería un documental sobre él en TV3, pero lo más probable es que crean que ya han cumplido con el obligado homenaje de tapadillo en un Telenotícies. Ya se sabe que, como dice el refrán, d´on no n´hi ha no en raja.