La tragedia de un hombre ridículo
No me extrañaría nada que Carles Puigdemont, aconsejado por su fiel Gonzalo Boye, hubiera orquestado su detención en la isla de Cerdeña. En su condición de principal emmerdeur (o imbroglione, o merdaiolo, teniendo en cuenta el escenario de su arresto), el hombre está obligado a hacerse notar para no caer en el olvido. Y aprovechando el lío que ha armado la justicia española con esa euroorden de detención que no se sabe muy bien si está vigente o no (¡Llarena, ponte las pilas!), Puchi se ha hecho con unos días de protagonismo y hasta ha conseguido relegar a un segundo plano a las víctimas de la catástrofe de La Palma.
Carles Puigdemont es actualmente una parodia muy bufa de los villanos de las películas de James Bond. Mientras estos pretenden dominar el mundo, Puchi se apaña con ir a un aplec en Alghero –perdón, L´Alguer, epicentro de la Cataluña supuestamente italiana: tierra oprimida, por consiguiente- y que lo detengan los carabinieri nada más aterrizar en el aeropuerto. Inmediatamente, arde Troya (o algo parecido). Los lazis reaccionan como un solo hombre ante el supuesto atropello a los derechos del Liante Máximo como parlamentario europeo. ERC y Junts x Cat dejan momentáneamente de morderse los higadillos para formar frente común con el glorioso presidiario.
Pilar Rahola se pone a cantar Bella ciao (Dios le conserve el oído a tan grotesca partisana) en compañía de un guitarrista viejuno que no se pierde un sarao independentista y que debe considerarse el Woody Guthrie del prusés. Pedro Sánchez suda tinta porque ve evaporarse la aprobación de sus presupuestos por las huestes de Rufián (si de él dependiera, le prestaría el Falcon a Puchi para regresar cómodamente a Waterloo). La derechona pone el grito en el cielo y aprovecha para denigrar un poco más al presidente del gobierno, si tal cosa es posible. Con un simple trámite victimista, Puchi se ha salido con la suya: el mundo vuelve a mirarle y se siente alguien.
Una vez en libertad, como el fachenda que es, decreta: “España no pierde ninguna ocasión de hacer el ridículo”. Y eso lo dice alguien que es el político más ridículo de la Europa contemporánea: Carles I el Liante (o l´emmerdeur, o l´imbroglione, o il merdaiolo, o Mister Clusterfuck). Acto seguido, se va al aplec, que es, teóricamente, a lo que ha venido. En la práctica, ha apuñalado a Aragonès, ha intentado cargarse de nuevo la Mesa de Diálogo y ha conseguido liarla en Cataluña por persona interpuesta (todos los manifestantes que se han echado a la calle para reivindicar su augusta persona, que se va difuminando en la distancia y que hay que revivir con espectáculos como el de Alghero).
Como los talibanes, Puchi es intratable y no hay nada que hablar con él. De la misma manera que a los talibanes habría que, simplemente, matarlos, al Gran Liante habría que aplicarle un tratamiento a lo Mossad: un comando de cuatro agentes bastaría para secuestrarlo en Waterloo, tras aporrear a Comín, a Valtonyc o a quien abriera la puerta, meterlo en el maletero del coche (una actividad en la que nuestro hombre ya tiene experiencia) y llevarlo a Madrid para ponerlo en manos de la justicia. Vale, de acuerdo, ya sé que no se puede hacer, que quedaríamos fatal en Europa y que, probablemente, el comando la cagaría haciendo un alto en un área de servicio belga para tomarse unas cervezas y alguien oiría los gritos de Puchi desde el maletero y ya tendríamos liado un conflicto internacional, pero tengo la sensación de que no soy el único que sueña con una resolución de este estilo para el caso del Grand Emmerdeur.
En fin, como decía el torero, lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Así que seguiremos tragando quina hasta que los tiquismiquis jueces europeos se decidan a devolvernos al sujeto molesto. De hecho, nadie tiene prisa. Sánchez solo piensa en sus presupuestos (o sea, en su sillón). Con Puchi en el trullo y ejerciendo de mártir, su partido reviviría y ERC entraría en una fase de decadencia. Y a mí mismo, si lo pienso fríamente, me da lo mismo ver a Puchi en Soto del Real que asistir a su lenta y aburrida putrefacción en Waterloo: casi me haría más ilusión que deportaran a Boye a la isla de La Palma, cerquita del volcán.