Lo de Robert Lewandowski hace tiempo que dejó de ser preocupante. Es un problema. No hay manera de recuperar la versión letal que el ariete polaco mostró durante su primer medio año con la camiseta del Barça, en la línea estelar que exhibió a lo largo de su dilatada y exitosa carrera como futbolista en Alemania. Da la sensación de que ha venido a Barcelona, y a su hermosa casa junto a la playa de Castelldefels, concretamente, a disfrutar de una jubilación dorada. El año que viene cobrará la friolera de 32 millones de euros brutos... casi nada.
Este miércoles, contra el Osasuna, Lewandowski lo intentó con más ahínco que otras veces. Quizá, extramotivado tras haber liderado una conjura que se produjo en forma de comida con todo el vestuario azulgrana en su propia casa, precisamente. Marcó un gol mediante una buena definición, pero se precipitó en el desmarque y lo cogieron en fuera de juego... Después de ver ya dos tarjetas rojas de Culemanía en lo que va de temporada, esta vez rebajamos a la amarilla por la voluntad que puso, pero sigue estando señalado debido a esa falta de gol. Llegó para ser decisivo, y no lo está siendo. Llegó para marcar diferencias, y no lo está consiguiendo. Llegó con la vitola de que iba a ser el mejor, pero está muy lejos de serlo.
Para acabar, unos datos. Lleva 13 goles en un total de 30 partidos disputados: 0,43 goles por partido. La temporada pasada marcó 33 tantos en 46 encuentros: media de 0,71 goles por encuentro. Es, prácticamente, la mitad. En lo que llevamos de 2024 (un mes clavado), ha marcado 4 goles en 9 partidos: dos en Copa del Rey (Barbastro y Athletic) y dos en Supercopa de España (Osasuna y Madrid). Ninguno en Liga.