El presidente del Barça, Joan Laporta, en la asamblea de compromisarios FCB
Joan Laporta, cuando falta al menos medio año para las elecciones a la presidencia del Barça, ya comenzó su campaña. Y, como ocurre a menudo en la historia reciente del club, va varios pasos por delante de todos. Desde luego de cualquiera que pretenda derrotarle en las urnas. Si en diciembre de 2020 comenzó a ganar las elecciones que se celebraron tres meses después con aquella lona gigante en Madrid, en octubre de 2025 ha dado el primer paso al frente con una asamblea de compromisarios que utilizó a su antojo.
Del "Ganas de volver a veros" al "Setciències i mestretites", Laporta ha activado lo que podría llamarse su particular campaña invisible: una estrategia tan calculada como emocional. Y perfectamente adaptada a un entorno donde la comunicación pesa, desde luego, mucho más que la gestión propiamente dicha. Su movimiento, de entrada, deja a la oposición desarmada, la mantiene desunida y, lo que es peor para toda ella, sin relato.
Del actual presidente del Barça se podrán criticar muchas cosas. Muchísimas. La situación financiera del club provoca toda clase de polémicas, revelándose desde varios foros que roza la catástrofe mientras él mantiene el pulso con solidez. Sin pestañear. Y es que Laporta es imbatible en ofrecer la imagen de que el Barça es más que un club... Pero más aún es un estado emocional permanente. Y en ese terreno nadie le hace sombra.
Su relato es oro y su figura, estudiadamente atrevida y desenfadada, se aventura hoy por hoy imbatible. Durante los últimos meses sus movimientos han sido sutiles pero evidentes. Se ha alejado de Florentino Pérez, se ha abrazado a la UEFA y ha presentado la rebaja de una multa del organismo continental como un éxito, rompiendo el molde de una oposición incapaz de mostrar lo contrario.
Joan Laporta vuelve a manejar la narrativa mediática a su antojo y marca la agenda ya antes de comenzar la carrera electoral. Se apoya en el éxito personal que significó la elección de Hansi Flick, como fueran en su día Frank Rijkaard y Pep Guardiola, y en la apuesta por La Masia... Que sea/fuera más por necesidad que convencimiento queda fuera, totalmente, del relato. Y a todo ello suma la tranquilidad con que ha conseguido, finalmente, apartar del escenario cualquier polémica o escándalo con las obras del Camp Nou. Retrasos y más retrasos que, aunque parezca imposible, no le han pasado factura socialmente.
Ante todo ello, la oposición, con Víctor Font a la cabeza, busca con desespero la manera de presentarle batalla. Entiende el empresario que quedó en segundo lugar en las elecciones de 2021 que debe ser el líder que aglutine a los diferentes sectores que quieren acabar con Laporta.
De esta manera se tantean alianzas pero, de momento, nada cuaja de la manera necesaria como para que el actual presidente pueda temer lo que sería una hecatombe. Y, además, su maquinaria de comunicación, que combina la nostalgia con la necesidad de acabar su proyecto, ocupa todo el espacio mediático y no deja ni las migas a una oposición que, de momento, ni es capaz de presentar un relato sólido. Menos aún un proyecto firme.
Aunque los números del Barça sigan en rojo y las soluciones financieras pasen por operaciones arriesgadas (palancas de difícil explicación y aún más argumento), Laporta ha logrado imponer una narración poco menos que heroica. El "estamos salvando al Barça" ha calado entre una masa social capaz de perdonarlo todo... Por insólito que parezca. Y es que, a la vista está, en estos tiempos de crisis vende más la épica que la contabilidad.
Puede apostarse que su gestión merezca un suspenso y se imponga, impusiera, la necesidad de un cambio en la gobernanza del club, pero Laporta, aun lejos de aquella imagen kenediana que le dio la presidencia en 2003, mantiene su capacidad de seducción, capaz de convencer a través de las emociones por encima de los balances.
Sin embargo, más allá de su figura acude una pregunta incómoda: ¿qué queda del proyecto? Laporta ganó en 2021 prometiendo el renacer deportivo y la recuperación institucional que aún está en proceso. Pero el club sigue preso de una deuda colosal, el futuro del Espai Barça aún es incierto (¿qué hay del Palau Blaugrana?) y la política deportiva depende más de la cantera y del ingenio financiero que de una planificación estable.
En ese contexto, no es sorprendente que haya comenzado su campaña con tanta antelación, disimulo y convencimiento. No por necesidad electoral, sino para, ya, controlar el relato. Cada gesto, cada rueda de prensa, cada aparición pública, cada mensaje en redes es parte de una historia mayor: la del presidente que, pese a todo, sigue defendiendo al club de sus enemigos externos (LaLiga, la UEFA, la prensa de Madrid) y de sus propias sombras internas.
La oposición, mientras, se enfrenta a un dilema. No basta con criticar la gestión económica ni con denunciar los excesos del laportismo. Es necesario ofrecer un proyecto alternativo capaz de emocionar. Y eso, en el Barça actual, es, desde luego, muy y muy difícil. ¿Quién puede competir en carisma con Laporta? ¿Quién tiene la trayectoria para cuestionarle sin parecer un intruso?
Además, la fragmentación de la oposición es otro dato que, de momento, se entiende demoledor. Se habla de dos o hasta tres precandidaturas que, lejos de hacer daño a la actual junta se neutralizan entre sí. Sin un frente común la dispersión de votos se sospecha definitiva y el actual presidente, que sigue dominando los tiempos y tiene en su mano la decisión de convocar elecciones cuando estime, puede hacerlo en el momento que más le convenga y dejar a sus rivales sin apenas margen de reacción.
En definitiva, Laporta ha iniciado la carrera electoral sin necesidad de decirlo. Con medio año largo de antelación, su campaña ya está en marcha: silenciosa, emocional y efectiva. Es momento de llamar, y exigir, a la oposición a preparar, de verdad, una alternativa tan válida sobre el papel como en la comunicación. Se supone, debe suponerse, que Víctor Font, Xavi Vilajoana, Joan Camprubí, Marc Ciria y/o quienes más puedan y quieran sumarse a la carrera deberán sentarse e intentar llegar a una entente que se sospecha la única manera de centralizar el voto contra el actual presidente y soñar con derrotarle.