Poco se podía imaginar el ingeniero aeroespacial estadounidense Edward A. Muprphy Jr, que sus reflexiones pesimistas ante la frustración a la hora de poner en práctica una serie de aparatos sensores en los aviones acabarían por popularizarse de tal manera que se convertirían en una de las leyes más recurridas y citadas. Treinta años después, el escritor Arthur Bloch recogió las impresiones negativas de Murphy para elaborar el axioma: "Si algo puede salir más, saldrá mal". Conocido universalmente como la ley de Murphy.
No hay duda de que el señor Murphy se solidarizaría completamente con este FC Barcelona, instalado eternamente en el caos más absoluto, donde la improvisación y el desgobierno se han convertido en compañeros habituales. Este verano se ha llegado ya al clímax, convirtiendo la ley de Murphy en el cuaderno de bitácora del club, donde cada día hay una sorpresa negativa o una situación imprevista.
Ya empezó mal el verano con el intento frustrado de colocar unos asientos VIP en el presupuesto para buscar la regla 1:1 del Fair Play, después hubo el amago de no ir a la gira asiática por impagos de uno de los organizadores, posteriormente el fichaje frustrado de Nico Williams porque por segunda vez no se fiaba de las garantías del club a la hora de inscribirlo. Poco más tarde, el gatillazo tras el anuncio oficial, con el presidente Joan Laporta en primer plano, de que el 10 de agosto se estrenaría el nuevo Camp Nou, coincidiendo con el Joan Gamper.
Seguidamente, la lesión de Gavi en su rodilla derecha, que el club calificó de solo un susto y que ahora mismo huele a quirófano; el conflicto abierto con el capitán Marc André Ter Stegen, quitándole la capitanía durante 24 horas y amenaza de sanción disciplinaria incluida; la marcha de Íñigo Martínez, con la sorpresa de un Hansi Flick que se quedaba sin uno de sus pilares en defensa; el amago de enfrentamiento entre Gavi y Fermín, con algún conato abierto en los entrenamientos. La constatación que ante el Valencia se jugará en el Estadi Johan Cruyff, con un aforo de 6.000 personas --hay que remontarse a antes de 1922 para ver un partido del Barcelona con un número tan limitado de aficionados--; los problemas para inscribir desde la primera jornada a todos los jugadores, con Szczesny y Martín viendo el estreno de la Liga desde el salón de su casa, con Flick acusando a su equipo de exceso de ego, tras el empate en Vallecas, con una oposición cada vez más alertada ante la falta de reacción por parte de la directiva, con unas secciones profesionales prácticamente desmanteladas...
Y, pese a todo esto, cuando las cosas parecen abocadas a caer en el más profundo del averno de Dante, aparece siempre una luz de esperanza en el horizonte, que permite levantarse de suelo y respirar aliviado. Una brizna de ilusión que tiene nombre, y que Joan Laporta ya utilizó en el 2004 y a la que ha vuelto a recurrir en el 2025. Supongo que más de uno ya habrá identificado al ángel salvador del FC Barcelona en estos últimos veinte años. Es un nombre tan sencillo como fácil de identificar: la Masía.