Seguramente, si el matemático y meteorólogo estadounidense Edward Lorenz hubiera conocido a Joan Laporta, le hubiera resultado mucho más fácil elaborar su Teoría del Caos. Una teoría que parte de la premisa de que hay ciertos tipos de sistemas complejos y sistemas dinámicos no lineales muy sensibles a las variaciones en las condiciones iniciales, es decir, que cualquier alteración del sistema puede desembocar en un cambio de variables de infinitas consecuencias, impidiendo de esta forma poder prever a través de la lógica matemática el resultado final por culpa del principio de incertidumbre.
Lorenz, obsesionado con la racionalización de la naturaleza, elaboró su teoría observando el aleteo de una mariposa, creando una serie de parámetros a través de ecuaciones, con el reto mayúsculo de 'controlar' los efectos meteorológicos. El científico consiguió su objetivo en parte, ya que al final la imprevisibilidad es un factor incontrolable.
Y aquí, en un ecosistema caótico e imprevisible, es donde mejor se mueve Joan Laporta. Un hombre capaz de salir airoso de las situaciones más inverosímiles. A cada temporada que pasa, el presidente blaugrana consigue convertir la Teoría del Caos en un juego de niños. Si Lorenz buscaba la lógica en el desorden, tendría que haber conocido a Laporta: nadie como él para explicarle cómo funciona el caos y cómo se pasea uno por el abismo sin sufrir apenas rasguños.
Ahora mismo el Barcelona está inmerso en la tormenta perfecta. Esa que los meteorólogos de postín sueñan con vivir una vez en su vida. Para abrir boca, el club tiene un pulso abierto con el capitán, que se niega a firmar el consentimiento para entregar su informe médico a La Liga, lo que incapacita la posibilidad de darle la baja por lesión de larga duración y utilizar de paso el 40% de su ficha para inscribir a jugadores. Además, tiene cinco futbolistas (Joan García, Wojciech Szczesny, Marscus Rashford, Roony Bardhgji y Gerard Martín) en la cola del paro, sin inscribir, esperando que el club formalice su situación, a falta de diez días para que empiece La Liga.
Con el Camp Nou todavía patas arriba -el Gamper se jugará en el estadio Johan Cruyff con capacidad sólo de 6.000 personas- y la imposibilidad de regresar a Montjuïc, cargado de eventos y conciertos hasta octubre. Con Javier Tebas negando la mayor sobre el Fair Play. Con Iñaki Peña siendo a día de hoy el único portero disponible entre los inscritos, pero a la vez el único que no ha jugado ni un minuto en la gira asiática. Con la capitanía en plena voladura, tras el pulso de Ter Stegen al club. Con una polémica publicidad de la República del Congo --país en plena guerra civil, donde los derechos civiles y humanitarios ni están ni se le esperan-- para lucir en las camisetas de los entrenamientos, con reacción contraria inclusive en Suecia. Con Héctor Fort en tierra de nadie, consciente que no tiene sitio en este equipo, y con Oriol Romeu en busca de un nuevo club donde jugar. Con la renovación de Frenkie de Jong, cada día más cerca... o no. Con Lamine Yamal 'acosado' por la caverna mediática, más allá del número de enanos que participan en sus fiestas. Con unos palcos VIP que tienen la capacidad de estar y no estar a la vez, como el gato de Schrödinger. Con una gira que ha estado cerca de abortarse por impagos del promotor, apareciendo al final el señor Rakuten para arreglar el entuerto. Con un vicepresidente deportivo que se deja querer por los petrodólares. Con una vicepresidenta del área social 'muteada' tras sus últimas profecías fallidas. Con un club sin vicepresidente económico, tras la marcha de Eduard Romeu, y sin CEO, tras la salida de Ferran Reverter. Con un presidente más plenipotenciario que nunca, asumiendo todos los cargos habidos y por haber, y teniendo de mano derecha a su ex cuñado, ex miembro de la Fundación Francisco Franco... 
Y aún así y a pesar de todo esto, el FC Barcelona sigue siendo el mejor club del mundo. El pobre Lorenz, si se levantara de la tumba, no entendería absolutamente nada, pero seguro que aplaudiría a Laporta.