Joan Laporta se ha ganado la segunda tarjeta amarilla de Culemanía esta temporada. El presidente del FC Barcelona merece este toque de atención en forma de sección ficticia porque estos últimos días ha dado el curso perfecto de cómo no se debe comportar un presidente del Barça. Actitudes de bufón, de hooligan y de fiestero desfasado han destacado por encima de la imagen representativa que exige el cargo.
El Barça atraviesa un muy mal momento deportivo, y está inmerso en una situación crítica en lo económico. No son tiempos de andar haciendo el indio por Arabia Saudí buscando la risa fácil del aficionado más primario. Menos bromas, menos fiestas y más responsabilidad. El equipo necesita una inyección anímica porque Xavi no consigue dar con la tecla. El ridículo de este domingo en la final de la Supercopa es de los que dejan huella. El presidente debe buscar soluciones.
Es del todo inadmisible que celebre la victoria del pasado jueves contra el Osasuna como si de la conquista de un título se tratara. Un triunfo menor contra un rival claramente inferior motivó una celebración apoteósica, desfasada y totalmente fuera de lugar. Este no es el presidente que se merece el Barça. Celebraciones grandes, cuando haya títulos. Mientras tanto, seriedad y más trabajo para seguir mejorando. Todavía no ha llegado el dinero de Libero, pero las visas del club están que echan humo.
Laporta sabe que si las cosas se ponen muy feas, el primero en caer será Xavi. Pero el presidente perdería su principal escudo protector. Si viene otro y también fracasa, quedará patente que el problema es el equipo y el principal responsable será el que en plena crisis económica ha dilapidado 300 millones en fichajes que no funcionan. El mismo que decidió que no se podía renovar a Leo Messi.