Éric García y Gerard Martín se entrenan durante el parón de selecciones FCB
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Pese a que murió tiroteado cerca del edificio para millonarios de Manhattan en el que residía, John Lennon escribió una canción llamada 'Héroe de la clase obrera'. En ella ironizaba sobre cómo los privilegiados "te odian si eres inteligente y también desprecian a los tontos, hasta que te vuelven tan loco que no puedes seguir sus reglas". Su recuerdo me lleva a reflexionar sobre cómo, a base de acumular una generación tras otra de legendarios futbolistas formados en La Masia, el barcelonismo se ha vuelto un tanto pijo y relamido incluso con los jugadores 'de casa'. Resulta innegable el valor del buen gusto y las formas impecables, como lo es el encanto aristocrático de jóvenes talentos como Lamine o Cubarsí, pero también muy fácil acabar viendo la realidad de la pedrera azulgrana al trasluz de un esnobismo injustificado.
Me sorprende escuchar y leer cómo algunos culés recuerdan a los esforzados Isaac Cuenca y
Cristian
Tello como poco más que paquetes olvidados en alguna conserjería, al notable Marc Bartra como el pobre diablo que perdió una carrera contra Bale (no es cierto, recuperó la posición hasta llegar a encimarlo y fue Pinto quien se comió el gol cuando solo tenía que tapar el primer palo), o a Rafinha Alcántara y Denis Suárez como peloteros huecos y sin alma. Todos ellos eran o todavía son jugadores con limitaciones, sí. Quizá ninguno diera para medalla, pero desde luego no es justo recordarlos como lamparones. Cumplieron con su papel de jugadores complementarios, disputaron más partidos de los que probablemente usted recuerda, y ayudaron a levantar un buen puñado de títulos.
Por eso me alegra especialmente que un par de canteranos de trayectoria incierta como Éric García y Gerard Martín, los cuales fueron alguna vez calificados como 'el peor jugador de la plantilla del Barça', estén cobrando la importancia capital con la que ahora resuenan en la primera gran racha victoriosa del segundo año de Hansi Flick. Aún más que lo hagan redefiniendo sus roles y demostrando al mundo que La Masia no solo puede ser un vergel de estrellas que caminan sobre las aguas, sino también una escuela de fieros apóstoles de la entrega y el sacrificio colectivo.
Éric, el hombre de la máscara de hierro, ya ha demostrado que su carácter es el de un rey tras pasarse años siendo prisionero de su condición de descarte de Guardiola en el City, verse señalado por lampiños parabólicos y enciclopédicos saltadores de altura como demasiado lento para triunfar en la élite, e incluso sufrir en su partido más importante como internacional con la selección española el injusto castigo de una regla difusa. Detectado ya sin ambages por el equipo técnico de Flick como el mediocentro que mejor mezcla con Pedri, porque la mueve rápido, porque reconoce las líneas de pase para hacer avanzar al equipo y porque, además, defiende como un pirata al abordaje, su jerarquía crece con el paso de los partidos y ya puede espabilar Frenkie. O marcharse a dar un garbeo por Tierra Santa, lo que mejor le parezca.
Por su parte, el Joker Gerard Martín se carcajea de sus críticos a cada minuto que cultiva su fútbol en esa parcela que dejó en barbecho Iñigo Martínez. El pasado curso, como lateral suplente, el muchacho salpicó algunas actuaciones meritorias con momentos atolondrados o directamente obtusos, el más angustioso colofón de los cuales fue dejarse apabullar por aquella faltita de Dumfries que costó la eliminación europea del Barça a la puerta misma de la final de la Champions. Sin embargo, ese mismo lateral lento y desgarbado ha resultado ser un central con la velocidad y las hechuras correctas, atrevido con el pase, sin miedo a cuerpear por la posición y mucho más maduro de lo que aparentaba. Aunque más adelante el demente fútbol nos acribille a balazos, que sea habiendo otorgado el honor que merece a la clase obrera de La Masia. Something to be.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana