Dani Olmo y Lamine Yamal celebran un gol en el Barça-Alavés

Dani Olmo y Lamine Yamal celebran un gol en el Barça-Alavés EFE

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El segundero de Olmo

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Sucedió en marzo de 2018, un domingo de elecciones en Italia. Echaba yo la tarde en Roma viendo un Barça-Atlético de Liga junto a un grupo de periodistas amigos en una cafetería del Trastévere. Tras una posesión larga y afilada de los azulgranas, Iniesta, Busquets y Messi intentaron una triangulación en banda que acabó en nada. Leo la dio un poco larga en el toque decisivo a la espalda del rival y Andresito y yo dijimos 'agh' a la vez mientras estirábamos la pierna sin posibilidad de llegar al balón: él sobre el verde del Camp Nou y yo por debajo de la mesa. Además, apartando un poco con el brazo mi espresso doppio y mi tiramisú a medio terminar, me atreví a comentar en voz alta "antes, tenía que habérsela dado antes". En ese momento, uno de mis acompañantes, un formidable redactor jefe sueco, socio del Goteborg e inexplicable tifoso del Inter, me espetó: "Oye, ¿tú sabes que probablemente eso han sido los dos mejores minutos de fútbol que he visto en toda mi vida? ¡Y encima te quejas! ¡Qué poca vergüenza!".

No pude más que dar la razón al bueno de Henrik, y desde entonces trato de tener presente que mi juicio futbolístico, como el de buena parte del barcelonismo, quedó sesgado para siempre tras vivir como normalidad la colosal década de prodigios que un puñado de jugadores históricos nos regaló. Si durante un tiempo incluso le exigía por esos bares del mundo a Messi (sí, a Messi) mejorar su 'timing' en el pase, ¿cómo puedo estar seguro de que mi valoración de cualquier futbolista del Barça a partir de entonces no parte desde una exigencia rayando el delirio? Uno de los caminos que más a menudo transito para no reducir las críticas al absurdo es valorar el encaje del jugador en el conjunto, lógicamente cambiante según cambia la plantilla, por encima de su calidad o desempeño en el vacío. Se trata de buscar patrones en las interacciones con sus compañeros que acaben cristalizando como un listado argumentable de vicios y virtudes.

Una buena manera de comprobar que uno de esos patrones lleva a una conclusión pertinente y no arbitraria es detectarlos incluso cuando la actuación individual del jugador es brillante. Por eso veo oportuno hablar de cómo Dani Olmo, autor de dos goles este sábado en la victoria del Barça contra el Alavés, parece tomar peores decisiones cuanto más tiempo tiene para pensar en la jugada. A estas alturas no creo que se pueda interpretar como un rasgo coyuntural, fruto de la adaptación al equipo, sino más bien como parte integral de su fútbol. Siempre ha habido futbolistas especialmente dotados para el primer toque y los espacios reducidos... pero también es cierto que la mayoría son delanteros, no centrocampistas. Está por ver si esa necesidad de inmediatez es compatible con ser mediocentro o interior en el Barcelona de Flick. Pero, visto lo visto, yo diría que no ayuda. 

Desde luego, sigue siendo justo honrar a Dani por su compromiso de retornar al Barça cuando ni siquiera tenía asegurada la inscripción en el equipo. Y las lesiones que ha padecido son en su mayor parte fruto de la mala suerte, exactamente igual que las de cualquier otro. Pero todos esos intentos de túnel que sobran, esos pases profundos que se quedan cortos, todos esos controles dentro del área y esos remates centraditos a los que ya nos ha acostumbrado lo alejan más y más del once a cada partido, salvo enfermería repleta. En especial, cuando coincide al lado de Pedri o Fermín, quienes lo desnudan sin cesar. Además, en este Barcelona el rol de medio displicente, que nunca acelera la pelota y siempre hace un regate de más, ya lo cumple a la perfección Frenkie de Jong. Luego Olmo resulta redundante. Quizá somos nosotros quienes lo habíamos entendido mal, y resulta que cada vez que hace como que se señala el reloj tras marcar un tanto apunta exclusivamente al segundero, como queriendo decirnos que el resto de dimensiones temporales del partido se le hacen eternas. Visto así, y sabiendo que el primer toque es virtud de llegador, ¿sería una locura probarlo de falso '9' en la próxima ausencia de Lewandowski, rivales no demasiado exigentes mediante? Quizá sí, pero parece pronto para desechar a un futbolista con tanto potencial. Si con Dembélé aguantaron seis años y con Frenkie van camino de los siete...

P. D. Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana