
Las botas de Gavi, desatadas REDES
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Parece que fue hace un millón de años, y estoy casi seguro de que algún pterodáctilo todavía sobrevolaba el cielo de Montjuïc. El Barça campeón de Liga penaba en la cuarta posición por detrás de Girona, Real Madrid y Atlético cuando llegó el especialmente odioso parón de selecciones en el cual Gavi se lesionó la rodilla de gravedad. Justo antes, el equipo de un Xavi que ya rezongaba de más pero aún no había perdido del todo la chaveta había logrado encadenar dos victorias seguidas tras perder el Clásico en casa por un gol en el descuento.
Coincide que muy poco antes Pablo Martín Paez Gavira, nuestro niño, había comenzado a desempeñar su fútbol de cuero y seda más cerca de la base al objeto de acortar los recorridos de Gündogan y colocar al alemán más cerca del último pase. Fueron solo unos cuantos partidos, ni siquiera todos los minutos, pero lo que contemplamos fue algo parecido a esas transiciones de las películas de Disney en las cuales el animal protagonista empieza la canción como cachorro y la termina como un joven adulto en majestuosa plenitud. Sin embargo, cuando los espectadores aún estaban poco más que asombrándose ante su dominio de los espacios, su templanza para ganar duelos en todas las alturas y aquella improbable serenidad que de pronto Gavi supo generar desde el ímpetu, alguien gritó fuego y el cine se desalojó a toda prisa.
Desde entonces ha pasado, como decía, una eternidad. Y el caso de Ansu Fati, el 10 ausente, una cicatriz que escuece en el corazón de todos los culés, ha mantenido sobrio y prudente al barcelonismo a la hora de valorar el rendimiento del 6 pródigo en su paulatino regreso a los terrenos de juego. Pero al fin han llegado las dos cosas que usted estaba esperando, astuto lector: el primer partidazo de Gavi digno de tal nombre, ante Osasuna, y un segundo encuentro, ante el Girona, confirmando que lo visto no fue un espejismo. Quizá un palomo no haga verano, pero dos en menos de 72 horas y en combinación con este solecito sin duda alientan el sueño de una primavera fecunda.
Es difícil de explicar a quien no lleve al menos 40 años viendo al Barça, pero desde la Liga de Venables hasta nuestros días hay un patrón tan sutil como infalible para detectar cuando el Barça pinta a campeón, y siempre lo dibuja un grupo de centrocampistas que conocen todas las dimensiones del campo y del juego, que no son parecidos sino complementarios, y que tardan tan poco tiempo en recortar triangulaciones endiabladas como en rescatar la pelota cuando el rival la corteja. Juntos son fuego y hielo, aceleración y pausa, caballo y jinete, lanza y escudo, fábrica y trituradora. De Schuster, Marcos Alonso y Víctor Muñoz a Pedri, Fermín y Gavi hay años luz de distancia en lo futbolístico, pero también una conexión casi mística que hoy vuelve a chispear. Y todo gracias a un jugador y unos cordones que vuelven a estar maravillosamente desatados.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana