
Jules Koundé celebra el 3-2 al Real Madrid, en la final de la Copa del Rey EFE
En una de sus fabulosas tiras cómicas en la revista El Jueves, el historietista Rubén Fernández traducía el título de la película de Supermán 'Man of Steel' como 'El Hombre de Estilazo'. Un mejunje idiomático que me hace mucha gracia y por casualidad señala los dos rasgos más distintivos de Jules Koundé, héroe de la Final de Copa 2025: lo opulento de su fortaleza física y su gusto por la moda de vanguardia. Los dos juntos nos hablan de un futbolista poco común y capaz de conjugar una virtuosa dualidad. Koundé es un iconoclasta en el cuerpo de un purista, una suerte de brutalista barroco, un robot con las emociones a flor de su metálica piel.
Incluso su actual entrenador, Hansi Flick, hombre metódico y amigo de la lógica, admitió hace poco que el defensa francés es tan fiable como hecho por la Volkswagen y a la vez tan espontáneo como pintado por Basquiat: "El problema con Koundé es que si un día le damos 30 minutos descanso, se va a correr a Sitges. Para mí lo mejor es que corra sobre el terreno de juego". Teniendo en cuenta su idiosincrasia, no es extraño que Jules siempre haya sido un futbolista extremadamente fiable en un desempeño, el defensivo, que en esencia es una mezcla de solidez e improvisación. Pero sí resulta inusual que lo siga siendo después de completar en tiempo récord su transición de central no solo a lateral derecho de élite, sino a auténtico carrilero de leyenda.
En la final de Sevilla, Koundé volvió a teletransportarse una vez tras otra y sin esfuerzo aparente desde la esquina de su propia área a las profundidades de la rival. Despejó, encimó, achicó, bregó, circuló, distribuyó, aceleró y repitió varias veces esa acción tan suya que sin duda es mi favorita: tocar un poquito el balón cuando el delantero rival está a punto de llegar a una zona franca de remate, lo justo para desviarlo, dificultarle la maniobra y convertir el peligro en aguachirri. Y es cierto, sí, también fue Jules quien no logró estorbar lo suficiente a Tchouaméni en el segundo gol del Madrid, un trueno vikingo que alejó varios metros de las manos azulgranas el primer trofeo de un Triplete que por momentos pareció condenado antes incluso de confirmarse como presunto.
Pero, del mismo modo que es de futbolistas grandes, inmensos, parar el tiempo en el interior del área como hizo Lamine ante Fran García antes de divisar a Pedri en la frontal, o clavarla por la escuadra en su partido con más pérdidas de la temporada como hizo el canario, derrochar un sprint en el minuto 116 para robar la pelota en la salida del rival y decidir una final de un latigazo raso y eterno solamente está al alcance de los elegidos. Para dejar claro el calibre de su grandeza, Koundé honró el '23' de su espalda en la celebración de su golazo, rúbrica del segundo título arrancado de las garras del Maligno en poco más de cien días, saltando por encima del banderín de córner como el mismísimo Air Jordan. La silueta de ese vuelo significa ya para los sueños del barcelonismo esta primavera lo mismo que la de Peter Pan para los de Wendy: el dulce comienzo de una maravillosa aventura.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana