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En una jornada de Liga que jamás debió disputarse, el Barça fue de nuevo fuerza irresistible en ataque y objeto inamovible en defensa para liquidar por la vía rápida el derbi de la Ciudad Condal. De nuevo su rival se vio avasallado y celebró de forma prematura goles que no lo eran, alimentando al trol madridista en su campaña contra un nuevo y ocurrente fantasma culé: el fuera de juego. Otra pantomima que ahonda en el poso ingenuo de los malos perdedores patológicos. Chiques, aceptadlo de una vez: aunque todas las reglas del fútbol cambiaran mañana mismo, el Barcelona untaría sus versos con tocino y encontraría, como siempre ha hecho, la forma de golearos.
Y lo haría porque los planes a largo plazo del club azulgrana, esos que de verdad dan sentido a su estructura deportiva, resultan en el florecimiento regular de jugadores singulares como Marc Casadó. El de Vilamajor ha consumado este octubre una transformación apabullante: de mediocentro esforzado a ser el actual mejor centrocampista de Europa. Y si piensa que exagero, astuto lector, nómbreme usted a otro que tenga, en un equipo de rendimiento similar al de este Barcelona, el impacto de Casadó en los tres pilares del juego: el ataque, la defensa y el espacio que relaciona ambas. Le costará, porque desde las mejores temporadas de Sergio Busquets no se recordaba a un Atlas semejante cargando sobre los hombros un Barça de acero, que promedia 3,3 goles a favor y menos de uno en contra por partido.
Lo improbable de la irrupción de Casadó carece de parangón. No solo Xavi le racaneó merecidas oportunidades en su delirante tramo final como entrenador azulgrana, sino que incluso en el nuevo Barça de Hansi Flick empezó la temporada con al menos dos futbolistas por delante en el escalafón. Y no dos cualesquiera, no: el mejor pagado de la plantilla, Frenkie de Jong, y otro compañero de cantera que en apariencia mejoraba sus prestaciones y se encastilló en el once, Marc Bernal. Y eso, sin contar con el paulatino retorno de Gavi, quien se destapó como brillante medio de contención en los meses previos a su grave rotura del año pasado. Pero el éxito en el fútbol no depende tanto de ningún otro factor como de materializar las oportunidades. Y Casadó ha hecho de la suya un monumento.
¿Recuerda usted aquellos meses de verano en los cuales se evaluaban fórmulas para acometer el fichaje de Joshua Kimmich, veterano y polivalente centrocampista alemán, intachable motor diésel de un brillante Bayern de Múnich tras otro, incluidos los que entrenaron Guardiola y Flick? Pues ya nadie en Barcelona, ni siquiera nuestro pastor Hans-Dieter, volverá a llamar a su agente. Un mes de alta competición le ha bastado a Casadó para demostrar un equilibrio entre calidad, inteligencia y entrega que ahora mismo es el pan y la sal de este equipo apabullante. Regado generosamente, además, con esa pasión que solo alguien que es del Barça desde niño y juega con la azulgrana puesta desde los 13 años puede transmitir. Que quiten el fuera de juego, los penaltis y los saques de banda si quieren: por mucho que manoseen el juego para apropiárselo, seguirán atrapados en una triste parodia. Desorientados hinchas de un club en el que jamás disfrutarán de un futbolista como Marc Casadó. Ni, por tanto, del más pleno y verdadero amor.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana