Este sábado, el Barça femenino se proclamó campeón de Europa por tercera vez. Lo hizo con una poderosa exhibición de un modelo de fútbol que, pese a la creencia general, nunca se ha extraviado del todo. Fue la erudición de las Irene, Mariona, Aitana y Alexia en la cartografía de un estilo de juego que ya no es nuevo pero sigue siendo radical la que doblegó a un Olympique de Lyon que de hecho es, y así lo pareció en la final, superior al Barcelona: igual de dotado en lo técnico, sobresaliente en lo táctico y bastante mejor en lo físico. Pero si ser del Barça es el millor que hi ha es, sobre todo, porque no ha habido club en la historia que haya inventado un antídoto tan efectivo contra las manifestaciones más tradicionales de la inferioridad en el deporte.
Es normal que el barcelonismo en pleno se sienta orgulloso de la exquisita coordinación del Barça de Giráldez. Sacar el balón jugado desde atrás, sumar siempre una centrocampista para generar ventajas, orientar a sus interiores hacia el intervalo más astuto disponible, resolver complejísimas situaciones de conservación al primer toque o convertir a sus laterales en extremos y a sus extremos en mediapuntas en el escenario de la máxima final europea es un glorioso canto al ADN del Barça. No por el qué, ganar, sino sobre todo por el cómo. Obviamente le suena a usted este lema, porque se oye sin cesar en un primer equipo masculino que, por desgracia, es el epítome de otro tipo de orgullo, inservible y tóxico a más no poder.
Una de sus cimas ha sido la rastrera destitución de Xavi pocas semanas después de organizar un acto de ratificación que será ya para siempre motivo de sonrojo en la centenaria historia azulgrana. Laporta y su círculo de confianza cabalgan con trote autodestructivo a través de un marasmo económico y deportivo donde las decisiones se toman en estado febril, las palabras dadas ocultan pagarés sin fondos, los contratos son emboscadas, los zorros se sientan a cenar en el Vía Veneto con las gallinas y salir ileso del engaño es la única virtud de curso legal. No extraña que una gestión tan artera revele su rostro más implacable cuando ha de lidiar con los enredos de un 'optimista' compulsivo.
Cada vez resulta más obvio que Xavi nunca quiso “el bien del Barça” sino el suyo propio. Ni decidió marcharse el septiembre pasado, ni era cierta su dimisión en enero, ni pretendía otra cosa que explorar caminos tortuosos para imponer su voluntad a una directiva del club a la cual no sería raro que menospreciara. Pero todos sus aspavientos, contradicciones y manipulaciones han acabado por granjearle el destino que aguarda a cualquier narcisista de una empresa cuando trata de embaucar a otro que lo supera en rango: el despido. Así zozobra el primer equipo del Barça, zarandeado entre un orgullo de mierda y otro. Y así será proclamado esta misma semana que, después de muchas dudas, el club ha encontrado por fin al hombre libre que buscaba. Ese que reconducirá el rumbo del juego blaugrana en pos del destino dorado que todos los charlatanes que en el fútbol han sido se apresuran a publicitar para evitar que se hable de sus negocios sucios con los avales. Incluso si su andadura en el banquillo es exitosa, no se imagina aún el bueno de Hansi lo rápido que envejecerán sus sueños en Barcelona.
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