El tripartito del Barça
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Tres partidos le quedarán al Barcelona tras el de esta noche contra la Real para acabar una temporada infausta. A esta hora, aún ocupa la posición número tres en la clasificación liguera, mientras el Real Madrid, ya campeón de su Liga número 33+3, afronta una final de Champions en la que puede multiplicar justo por tres el número de Copas de Europa de su rival azulgrana. Con todo ello, y como el supersticioso camino de la cábala es una de las pocas vía transitables para un equipo deslavazado y exhausto, hoy parece buen día para detenerse en los tres hombres, tres, que manosean el destino inmediato del Barça.
Laporta, Deco y Xavi forman un tripartito con hechuras similares a los de la política. Lo encabeza un señor que ganó las elecciones prometiendo mucho, pero siempre muy al loro la conveniencia de usar a sus socios como paraguas si no puede cumplir demasiado. A su lado, un paracaidista con ambición, aparentemente satisfecho con haber alcanzado una considerable cuota de poder e influencia en muy poco tiempo. Y un tercero, llegado al poder desde una posición de privilegio, que al principio dimitió muy dignamente pero ha acabado tragando sapos a cambio de mantener una concejalía y un carguito para su hermano y colegas.
No se puede decir que Joan Laporta fuera lo bueno por conocer, y de hecho las líneas maestras de su mandato han acabado siendo menos peregrinas que aquellos ‘CEOs’, ‘controllers’ y ‘fixers’ con los cuales recaudó los votos de una parte de la masa social culé, especialmente asqueada por la manirrota gestión del club durante los últimos años de Bartomeu. Su mandato actual, donde reinan el personalismo, la visceralidad y el compadreo, es consecuencia lógica de colocar al presidente de un equipo de fútbol de 2003 al otro lado del espejo del tiempo.
Incluso sin descartar éxitos venideros, la realidad del tardolaportismo muestra al Fútbol Club Barcelona como lo que es: un club rehén de las mezquindades de sus directivos e incapaz de modernizarse. Mientras sus expresidentes vivos quedan para frotarse las espaldas en el Majestic y compartir notas del caso Negreira, todas las auditorías, ‘due dilligences’ y ‘forensics’ de las Juntas Directivas arrojan el mismo resultado: “Som-hi!”.
En ese contexto arrabalero, el personaje de Deco encaja como anillo al dedo. Brasileño y portugués, talentoso y casquivano, representante y secretario técnico, el director deportivo del Barça es la dualidad personificada. Su enésimo gol de rebote fue aterrizar en una de las jefaturas más atractivas del fútbol mundial, y como no por mayor ni más afortunado se ha vuelto más conservador, por supuesto no pudo resistirse al riesgo de traer a un brasileño de (entonces) 18 años y 174 centímetros a competir con Robert Lewandowski por ser el ‘9’ del Barça.
Quienes nos esperanzábamos con aquellos amaneceres de verano repletos de goles de Vitor Roque todavía tenemos un pase. Pero usar las últimas monedas de color cobre que quedaban al fondo de la caja azulgrana para fichar, con todos los análisis técnico-tácticos y vídeos en la mesa, a un delantero que acaba ignorado por su entrenador y posiblemente cedido al Betis cuatro meses después debería ser ‘motiu de cese’, como decía Núñez. Si el destituido no va a ser Xavi, no puede serlo más que quien dio su experta luz verde al dislate.
Pero nada de eso va a pasar, porque este tripartito nacido de la voluntad del ‘soci’ solo da golpes de timón para aparentar que es la ilusión y no la improvisación lo que hincha sus velas. Lo raro, sinceramente, es empecinarse en hacerlo con Xavi Hernández en el banquillo, donde nos recuerda todo el rato que el fútbol es muy difícil, ser entrenador del Barcelona, una tarea cruel y desagradecida, y los jugadores de la plantilla a la que él mismo dio el visto bueno y vendió como aspirante a la excelencia entrenan muy bien pero, a la hora de la verdad, no dan para más. Menos mal que este era el optimista, ¿eh?
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana