El Barça emerge de una semana que pintaba a lóbrego túnel como si su reputación fuera la de uno de esos héroes bufonescos interpretados por Steven Seagal: lo dejaron abandonado en calzoncillos en el Polo Norte con un cepillo de dientes, y a los siete días reapareció en la puerta de casa sonriente, perfectamente trajeado y con un millón de dólares en una bolsa de Louis Vuitton.
Destartalado por las lesiones y zurcido por la necesidad, un Barcelona inesperado devolvió lustre al escudo clasificándose para los cuartos de final de la Champions y recuperando el segundo puesto en la Liga. Lo hizo tras liquidar a Nápoles en casa y Atlético en el Metropolitano con buen fútbol y un autoritario balance de seis goles a favor y solamente uno en contra.
Con Raphinha como protagonista improbable, Lewandowski y Fermín haciendo grande la portería rival, Ter Stegen de nuevo en plena forma bajo la propia y cuatro centrales sosteniendo al equipo desde los cuatro filosos ángulos de un extraño romboide, Xavi Hernández al fin ha sido capaz de ofrecer al barcelonismo lo que este le reclamaba desde el inicio de la temporada: un camino decidido y reconocible hacia la victoria. Y, como consecuencia directa, un bolsón a rebosar no precisamente de dólares, sino de esperanza.
Como, además de para poner a jugar a un nivel respetable a los suyos, tras rebasar el Rubicón europeo el egarense decidió utilizar la pizarra para aventar a los mercaderes en esa sala de prensa que siempre ha querido ver convertida en un templo en su honor, no es precisamente débil la tentación de señalar que su Barça ha roto a brillar justo cuando su margen de intervención en las alineaciones y tácticas es más escaso.
Ayer, de hecho, se le cayeron del once otros dos titulares habituales, figuras además en la victoria ante el Nápoles. Uno, Cancelo, a pocas horas del choque, y otro, Christensen, minutos antes del comienzo del partido. Ambas ausencias contribuyeron a hacer aún más irrelevantes las decisiones tácticas de un Xavi que, de nuevo dementado en su área técnica, fue expulsado poco antes del descanso por el absurdamente chulesco Sánchez Martínez.
Sea como fuere, el Barça ha adelantado la primavera. Y la promesa de un tramo final de temporada con un nivel defensivo alto, Gündogan haciendo florecer los partidos desde su jardinería sutil y una mayoría de delanteros polinizados de confianza parece el mejor antihistamínico para dejar atrás, sin estornudos ni picores, este largo invierno de nuestro descontento.
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