La noche del tiburón
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El Barça perseguía un momento definitorio en el arranque de esta segunda mitad de la temporada. Xavi lo había llamado en reiteradas ocasiones "punto de inflexión" y también "hacer un clic". El resto del barcelonismo no podía ponerle nombre, porque la realidad era que nunca llegaba. Partido tras partido, su equipo se encastillaba en la mediocridad mientras el técnico egarense recorría el camino contrario al de una confusión muy habitual: hablaba de "positividad" cuando, en su caso, debería haberse referido al "positivismo", sistema filosófico que admite únicamente el método experimental y rechaza toda noción a priori y todo concepto de índole universal y absoluta. Como, por ejemplo, creer que este Barça juega bien a ratos o se emplea con diligencia en la defensa o en la presión alta, tal y como asegura Hernández Creus ante la perplejidad general de quien empíricamente se sienta delante de una chufa de encuentro de los azulgranas tras otro.
Tampoco estoy completamente seguro de que ayer se produjera ese 'clic', nombre con el cual sin duda me quedo, en sentido homenaje al maestro italiano del cómic erótico Milo Manara. Pero desde luego algo sucedió en el Benito Villamarín, estadio donde se contempló un nada desdeñable número de prodigios en clave azulgrana. La hipérbole comenzó con el debut como titular de un central de diecisiete años menos un día llamado Pau Cubarsí. El muchacho hizo lo más habitual para al menos un jugador del Barça cada partido, retirarse lesionado antes del final. Pero también algo mucho menos rutinario: empezó el partido como casi un adolescente y lo terminó con barba, casado, con dos hijos y como cuarto capitán. Si no me cree, pregúntele a Andreas Christensen. Concretamente, qué ciudad le gusta para vivir la próxima temporada, porque me da que Barcelona ya no va a ser.
Pero es que, a lo lejos, otro catedrático precoz de 16 primaveras se marcó un seminario de cómo jugar de extremo a pierna cambiada de los que hacen época. Lamine Yamal mereció al menos un gol y se ganó un mayor suministro de balón por parte de sus compañeros, pero, sobre todo, demostró que merece ser titular en al menos tres partidos de cada cuatro. Conste que si solo le concedo el 75% del usufructo es por el respeto que le tengo a Raphinha y a los millones que pueda dejar en caja este verano. Y también porque lo más fácil es que al bueno de Lamine, viéndose titular indiscutible en el Fútbol Club Barcelona siendo aún casi púber, se le suba el asunto a la cabeza y acabe dilapidando su don entre litronas y cartas del FIFA en compañía de una cuchipandi de facinerosos. Pero es que si le tronchan la rodilla en San Mamés se le va al potote la carrera igual. Sinceramente, tampoco veo necesidad de que el Barça, estando como está, lo tenga que sobreproteger hasta el punto de convertirlo en un estudiante de todo sobresalientes en ADE.
Sobre el banquillazo en el 60' al bulto sospechoso anteriormente conocido como Lewandowski me extenderé poco, pero ya les adelanto que no opino como la mayoría y Vitor Roque me gusta bastante. Para empezar, no es un señor mayor, así que corre y presiona pero no solo para salir moviéndose en las repeticiones, sino para intentar robar la bola. Y para seguir, domina el arte del desmarque (él es quien le abre el espacio a Joao Félix en el tanto del luso) y le rasca el tobillo al mediocentro cuando toca. Todas ellas cualidades muy arriba en mi credo del delantero centro. Veremos.
Lo que sí que no vi venir fue el 'hat-trick' de Ferran Torres, un futbolista que a mí me sigue pareciendo deleznable y disléxico en la inmensa mayoría de artes del juego pero del que no se puede sino admirar la vastedad de su entrega y lo acrisolado de su orgullo. Ferran, eres mi padre. Pero en plan bien, no como Amunike. Sinceramente, no creo que la reacción de este Barça atribulado en Sevilla dé como para hablar de punto de inflexión, pero al menos sí para bautizarla como 'la noche del tiburón'. Y para esperar a ver si sigue nadando, aunque sea contracorriente.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana