Una victoria medida en centímetros ante la Real Sociedad revive a un Barça que, más allá de los birlibirloques de su entrenador en sala de prensa sobre juego, merecimiento y estelas en el mar, muestra a quien se sienta a verlo un patrón general de disfuncionalidad. El rendimiento del cuadro azulgrana debe valorarse sobre todo desde una comprobación sustancial: si solamente domina a los rivales que prefieren resguardarse y golpearlo en transición, Real Madrid incluido, o también a aquellos, como el equipo de Imanol Alguacil, que cimentan su fútbol en disponer de la pelota como argumento y no solo como aderezo.
A partir de esa premisa, el balance en la presente temporada sale a pagar. Y lo hace independientemente de que no se puedan incluir en la dolorosa los resultados del 90% de los partidos. En efecto, los guarismos generales del Barcelona son demasiado buenos como para hablar de crisis. Pero eso no significa que la crítica sea exagerada. Ni que la preocupación del aficionado deba ser menospreciada por sistema como un capricho de cenizos y malcriados, como insiste en hacer Xavi Hernández en un ejercicio de victimismo que empieza a ser poco edificante.
Con medio equipo titular lesionado, es evidente que el Barça compite lastrado, no se sabe si más por la ausencia de los que no están, por el lógico valle de forma de los que vuelven o a causa del cansancio acumulado por aquellos que defienden el fuerte. Pero eso no explica muchas inconsistencias del juego blaugrana que se repiten partido tras partido, algunas de ellas tan poco sutiles como la absoluta incompetencia de sus futbolistas a la hora de sacar de banda. Quizá ese "detalle" no lo considera el técnico como uno de esos que decide partidos, pese a que resulte en la pérdida sistemática de la posesión por parte de su equipo, a menudo en zonas peligrosas.
Pero es que tampoco escapan a la retina del culé desajustes como el escasísimo suministro de pases a Lamine Yamal para que juegue uno contra uno, especialmente si lo comparamos con el torrente que hace muy poco recibía Dembélé, actual hazmerreír de Francia para sorpresa de nadie excepto de sus viudas más plañideras. ¿Quiere esto decir que sacudirse la responsabilidad hacia un chavalito de 16 años es el mejor camino a seguir? No, pero es el síntoma más evidente de que el Barça 2023-24 es demasiado a menudo un equipo incapaz de unir los puntos. Parece imposible para el staff del Barcelona desplegar soluciones consistentes en este periodo del curso, en el cual la dificultad de armar un once tipo sublima las incongruencias de las alineaciones, y por tanto se necesita la intervención técnica más que nunca.
Sin embargo, lo que ocurre con más frecuencia es que los aires de grandeza de un primer tiempo de partido se convierten en un huracán bufando hacia la portería de Ter Stegen al siguiente. En definitiva, la pregunta de si el Barcelona es capaz de proponer un fútbol ganador sigue sobre la mesa, junto al mismo cenicero atestado de cáscaras de pipas donde fue depositada al comienzo de la temporada. Y el problema es aguardar durante tanto tiempo una respuesta que, como Godot, nunca llega. En especial cuando el perínclito "es lo que hay" ya sí que no cuela de ninguna manera. Así las cosas, me temo que Xavi a va a tener que apechugar con que buena parte de la afición se muestre hostil cuando ve que su entrenador opta por echar balones fuera ante los medios en lugar de dar orden de que, al menos tres de cada seis, se le envíen a Lamine.
P. D.: Nos vemos en X: @juanblaugrana