Ya lo ve, pasan los años, pasan los jugadores y el Barça no resiste la tentación de colgarse de vez en cuando del cuello de un futbolista en edad juvenil. Esta vez parece que ha habido suerte. Primero, porque no es que vengan mal dadas y cualquier talento incipiente vestido de azulgrana sea celebrado como oasis en penoso desierto. El Barça demostró en la siempre complicada visita a Villarreal que dispone de un equipo bastante más fornido que el de la temporada pasada, largo y a la vez torneado como un cuádriceps de Usain Bolt. Quizá no tanto en defensa, a la espera de dos refuerzos pendientes: la inminente llegada de Cancelo y la puesta a punto de Iñigo Martínez. Pero desde luego sí en el medio campo y el ataque, donde ayer el despliegue del campeón, sin Pedri ni Raphinha disponibles, fue tan ambicioso como rotundo.
Y segundo, porque Lamine Yamal, 16 años, 100% de éxito en el regate, con su sonrisa de brackets y su pelo ensortijado, es tan bueno que dan ganas de buscar una excusa para no creérselo. Y en eso anda un poco el barcelonismo desde que Lamine el querubín es no solo jugador del primer equipo sino titular, aprovechando la deserción de Dembélé y el arrebato pendenciero de Rapha en la emboscada de Getafe. ¿Pero cómo es posible que, en plena reconstrucción, con De Jong, Pedri, Gavi y ahora también el sensacional Gündogan liderando al equipo, encomendados al pichichi Lewandowski y esperando el paso al frente de futbolistas de reconocido talento pero dudosa fiablidad como Ferran, Raphinha, Abde o el mismo Ansu, aparezca en escena un criajo para alterar todo equilibrio y arrogarse los focos?
Como dijo Stephen Hawking, "no tiene sentido preguntarse qué había antes del Big Bang". Lo mismo sucedió a principios de siglo con un tal Leo Messi, pero claro, cualquiera se atreve a imaginarse siquiera la décima parte de lo que fue aquel prodigio. Sobre todo después de ver lo que pareció otro angelito llamado Ansu y lo que representa ahora, tanto en términos de rendimiento como de iconografía culé. Cuántas veces hemos deseado ya que un buen centro vaya a parar al pie de otro y qué poco nos arroba hoy aquella foto del muchacho a hombros de sus compañeros con la camiseta del 10...
En cualquier caso, si lo que pretendemos es bajarnos de la nube a la que nos ha subido Yamal ni siquiera hay que pensar en lesiones malhadadas o legados inalcanzables: lo que más a menudo les ocurre a jugadores tan precoces en un escenario tan adulto es que el ritmo de los partidos, tarde o temprano, se los lleva por delante. Porque les tiemblan las canillas, porque la pubertad todavía los ancla a la niñez, por las jerarquías, por lo implacable y doloroso de la competición o por todo lo anterior. Le pasó, por ejemplo, a Martin Odegaard. Y no hablamos de una promesa fracasada, ni mucho menos: ahora el noruego es quizá el mejor centrocampista de la Premier League.
Pero claro, es que ayer Lamine, bailando por ahí, nada menos que junto a la cal del estadio de La Cerámica, donde se oye perfectamente cómo te llaman de todo menos bonito, demostró que solo necesita un balón para ser feliz. Su habilidad para el regate mezcla a la perfección la cámara lenta y el travelling. Y su impecable toma de decisiones, elogiada por Xavi en la rueda de prensa posterior al partido (míster, ya te vale, después de defender durante años al extremo que peores decisiones toma de la historia del fútbol, y posiblemente del deporte), es una cajita que contiene la llave a un mundo mágico. No sé usted, pero yo quiero mirar por la primera rendija que se abra en esa puerta. Porque... ¿y si sí?
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblagrana