No hace falta que las nombre, porque esas personas saben perfectamente quiénes son. Han estado observando, agazapadas al cobijo de las sombras, el mercado estival del Barça. Han escuchado a su entrenador reiterar la necesidad de reforzar la plantilla. Han leído sobre Bernardo Silva, sobre Neymar, sobre Lo Celso, sobre Joao Félix... Han mojado las galletas del desayuno en el café con leche mientras se empollaban los requiebros contables del Fair Play Financiero de La Liga. Se han lanzado a dibujar onces llenos de flechitas en cuadernos que luego han guardado cuidadosamente bajo la almohada. Y de todo ello han destilado un elixir que beben a escondidas cual bálsamo que lubrica una esperanza: la de librarse de Gavi.
Y yo las entiendo, no crea usted que no. Ya en un partido de hace tiempo en El Sadar, en el cual vi a un microbio de 17 años de Los Palacios sacudirse de la espalda a tres recios futbolistas de Osasuna para después regatearlos a puro relámpago, olisqueé automáticamente, como diría aquel, una tormenta de gloria flotando en el aire. Desde entonces el canterano de las botas desatadas ha sido poco menos que torrencial. Y el pronóstico de que a los contrarios los partirá un rayo en cuanto pisen por sus inmediaciones se mantiene en el arranque de esta 23-24, le pese a quien le pese. Y a muchos les pesa, claro, porque para los rivales más rivales del Barcelona, Pablo Páez Gavira es desde hace tiempo la viga en el ojo propio, el Metro a tope de sobaco en hora punta, la frase "tenemos que hablar", la encía inflamada que los tortura hasta que, normalmente cuando el árbitro pita el final, consiguen extraer el puntiagudo trocito de avellana que la apuñalaba. Y como se descuiden, no solo los apabulla sino que además les quita lo bailao.
Por eso cualquier posibilidad, por pequeña que fuera, de dejar de sufrirlo era demasiado dulce como para ignorarla. Para empezar, porque al Barça había llegado nada menos que Gündogan, con su triplete guardiolista bajo el brazo, reclamando titularidades. Y además el primer partido liguero, disputado con breve concurso desde el banquillo de un Gavi renqueante de esa espalda que, como relaté en el párrafo anterior, hasta ahora había cargado sin problemas lo mismo con 200 kilos de rojillos que con ese lastre llamado Sergiño Dest, se saldó con un atascazo monumental y dos puntos perdidos. Y por ende, con la urgencia de enrolar algún refuerzo más en el ataque azulgrana. Desde una perspectiva un tanto naif pero defendible, todo eso empezaba a colocar al 6 del Barça más fuera que dentro del once habitual. Pero hete aquí que Xavi no ha tardado ni una semana en pinchar el globo de esa ilusión colectiva.
Por supuesto, convirtiéndole en titular en su primera jornada como local, mediante la sencilla y por cierto muy cruyffista tradición de quitar defensas para meter centrocampistas. Pero también dejando caer como por casualidad en rueda de prensa que su objetivo es mejorar el juego del equipo para que este llegue a parecerse lo más a menudo posible al partido referencia del mito egarense en su periplo como técnico del Barcelona: la final de la Supercopa contra el Madrid del pasado enero. O lo que es lo mismo, ese encuentro en el que Gavi desarboló al eterno rival y firmó un gol y una asistencia. Así que, soñadoras, lamento informaros de que es lunes y ha sonado el despertador. Cuidaos, hidrataos y descansad, porque Gavi todavía no ha terminado con vosotras. Ni mucho menos.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana