Hay cosas peores que perder en los penaltis en octavos de un Mundial, como palmar cinco de seis puntos posibles en el grupo de Champions ante un Inter de Milán comandado por Çalhanoglu, Dumfries, Lautaro y Gosens. En cualquier caso, lo complicado siempre es aprender de los errores. En la debacle de España contra Marruecos hay un consenso muy extendido en que la equivocación partió desde el banquillo: el once encargado de aplicar la fórmula magistral sobre el campo no era lo bastante congruente con la idea planteada. Sobre todo, se apunta a la delantera e incluso a esa defensa donde Rodri cumplió a la perfección su doble misión de convertir en intrascendente la convocatoria de Éric García y dejar sin suplente a Busquets. Pero siempre hay algo más. Y para entenderlo, irónicamente, hay que fijarse en cómo se mueve el balón de lado a lado, lo que ayer se hartó de hacer el centrocampista madrileño del City.
Tiene especial relevancia el momento actual del debate para el barcelonismo, puesto que el fútbol stremeado por Luis Enrique en La Roja es muy similar al que llevó a su equipo a ganar el segundo triplete de su historia... y, obvio, parecido al que Xavi propone en su primera campaña completa como director técnico culé. Resulta curioso que los dos mayores fracasos de este Mundial junto al de la envejecida Uruguay hayan sido los de Alemania y España, dos selecciones que han imitado las fórmulas de sus dos equipos más hegemónicos en la última década (Barça y Bayern) y, además, se han copiado mutuamente. Ambas comparecieron en el Golfo con una apuesta clara por la posesión y la precisión, y también las dos echaron en falta a un puñado de jugadores con el arrojo necesario para imponerlas ante rivales que consagran su intensidad al sacrificio defensivo, como japoneses o marroquíes.
Pedri, Gavi, Musiala o Kimmich, futbolistas obviamente dotados para armar una ofensiva asociativa y astuta, estuvieron muy solos, rodeados de parches, experimentos, velocistas de chichinabo, extremos sin gol y veteranos con demasiados miles de kilómetros en las piernas. Lo mismo que les pasa a los dos chicos de oro del Barça más a menudo de lo que nos gustaría, vamos. En el Bayern, empero, han entendido que necesitan a los Choupo-Moting, Mané y, ojo, Pavard o Davies para imponerse. En el Barça, en cambio, están muy lejos de este nivel de comprensión. El de los laterales es asunto mollar porque son considerados a menudo como contingentes en el hoy infame tikitaka cuando lo que son es absolutamente necesarios. Recuerden: el gran Barcelona de Guardiola fue también el del mejor Dani Alves.
Ayer el bueno de Lucho confió las bandas de su Roja a Jordi Alba y Marcos Llorente, con un efecto nocivo muy similar al experimentado en el Camp Nou cuando en esas posiciones han formado el propio Alba, Sergi Roberto, Marcos Alonso, Bellerín... incluso Balde, que por las circunstancias ha jugado de azulgrana casi más en el lateral diestro que a pierna natural. Ironías de la vida, España también padeció ayer la casi insalvable diferencia entre un planteamiento pensado para jugar con Gayà y Azpilicueta o Carvajal y lo que, por circunstancias, terminó por presentar a concurso. Si yo fuera Xavi, después de oír a Koundé decir que se está acostumbrando a jugar de lateral y teniendo a Christensen en plantilla, ya no ponía al francés en otro sitio hasta que se consiga un fichaje en condiciones para esa posición. Porque hay que mover el balón de lado a lado, sí. Pero cuando llega a un lado y se abre una rendija en el autobús rival también hay que saber muy bien qué hacer con él, ya sea a la altura de la línea del medio campo o en carrera franca hacia el ataque. Si has decidido que no vas a meter un balón a la olla aunque Marruecos tenga de central a un cojo, por ahí no puedes flojear o te vas para casa. O a la Europa League, claro.
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