La dejadez empieza a ser un síntoma cada vez más preocupante en el Barça de Messi. Y hablamos de Leo y no de Koeman porque esos signos inequívocos de derrotismo, abatimiento, falta de liderazgo y rendición los hemos visto con tres entrenadores diferentes: primero con Valverde, posteriormente con Quique Setién y este sábado los vimos con Koeman aunque, por fortuna, el partido no era definitivo y el resultado no terminó en tragedia. Incluso con Luis Enrique empezaban a aflorar.
Contra el Atlético, pudo haber sacado mejor rédito el Barça de entrar algunas ocasiones claras de Griezmann y, sobre todo, de Lenglet en el segundo tiempo. Pero que el central francés sea el que mejores oportunidades de gol tenga de todo el equipo habla muy mal de nuestros delanteros. La realidad es que también pudimos sacar un resultado mucho peor, puesto que los del Cholo Simeone también perdonaron algunas muy claras.
Más allá del sistema de juego y los jugadores elegidos, un aspecto que resaltó Koeman aludiendo a las dificultades que impiden tener una mejor plantilla, lo que preocupa es la mala actitud. El hecho de no tener un líder claro sobre el césped, que coja responsabilidades y tire del carro, es la gran losa que viene arrastrando el Barça de los últimos años. Leo Messi, el capitán llamado a ejercer ese rol, se sentía mucho más cómodo cuando compartía la responsabilidad con otros pesos pesados como Puyol, Xavi e Iniesta. Sin ellos no es lo mismo.
El Messi actual está más lento física y mentalmente. No corre, pero tampoco piensa tan rápido como en tiempos pasados. El día que celebraba sus 800 partidos con la camiseta del Barça --entre oficiales y amistosos-- poco pudo festejar. Entre sus números más destacados del encuentro sobresale un preocupante registro de 23 balones perdidos y una prolongada agonía sin marcar en libre directo: su último gol de falta data del pasado 16 de julio contra el Osasuna.
Es normal que baje el rendimiento de Leo. Es el mejor de todos los tiempos, pero la cabeza y el físico tienen un límite. Son 15 años al máximo nivel, con una regularidad nunca antes vista, pero las piernas ya no responden como antaño. La cabeza, más pendiente de Manchester que de Barcelona, tampoco. Y la pregunta es: ¿Realmente el City de Guardiola estará dispuesto a pagarle 100 millones al año?