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Colas para recibir la entrada del Barça-Alavés en el Camp Nou

Colas para recibir la entrada del Barça-Alavés en el Camp Nou CULEMANÍA

Hablemos del Barça

Por unos carnets tradicionales

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Lo ocurrido el día del Barça-Alavés ha sido uno de los ridículos más grandes que ha sufrido el club desde que Joan Laporta ha vuelto a presidirlo. Que 7.500 socios abonados, de los 24.800 que se apuntaron cuando se anunció cercano el retorno al Camp Nou, se quedaran sin su entrada a tiempo, sufrieran largas colas para recuperarla y se perdieran algunos de ellos casi toda la primera mitad por un problema informático, es algo impropio de una entidad seria y bien organizada.

Pero, una vez más, la culpa del desaguisado no fue de los responsables del club, que se apresuraron a sacarse las pulgas de encima rápidamente, aunque ninguno aseguró que aquello no se repetirá.

El invento de facilitar la entrada digital horas antes de cada partido, sin saber los abonados qué localidad ocuparán, no tiene sentido alguno. Y quizá sea una de las causas de la desafección que se observa entre los socios abonados desde que se tomó la irracional decisión de jugar en Montjuïc.

La primera temporada fueron 17.000 abonados, de entre los más de 84.000 que había en mayo de 2023; en la siguiente, algo más de 22.000 y en la presente, con la perspectiva de volver al Camp Nou, no llegaron a 25.000. Ni la tercera parte, pues, en el mejor de los casos.

La reventa sigue

La principal excusa para enviar por mail la entrada entre 24 y 3 horas antes del encuentro, a los que se apuntan con seis días de antelación, para luego ocupar un asiento distinto en cada partido, fue terminar con la reventa. Eso fue y es una entelequia en sí mismo porque el que suscribe no pudo, por razones que no vienen al caso, acudir al Nou Camp para presenciar el Barça- Atlético de Madrid y pocas horas antes del encuentro la cedió a un vecino no socio, tras apuntar en la aplicación correspondiente su nombre, apellidos, número de DNI y correo electrónico. Sin ser profesional de la reventa, pude haberme beneficiado de algunos euros. ¡Qué no hará un profesional!

La mayoría de barcelonistas con los que he dialogado al respecto han hecho alguna vez idéntica operación sin traba alguna. Por eso pienso que detrás de esta medida, que ha llevado al club a un espantoso ridículo, se esconde algún negocio, pero también la posibilidad de guardar las mejores localidades para los turistas y amiguetes varios, a los que la directiva protege y mima por encima de los asociados.

La Grada de Adulación

Por supuesto, no estoy contra del progreso tecnológico, pero hay cosas que están enraizadas en la masa social, que funcionan bien y no dan problemas, como son los tradicionales carnets de plástico duro. ¿Por qué cambiarlos? Si no hay absoluta seguridad, mejor es no arriesgarse, porque el sistema es frágil, como se ha demostrado y cualquier día puede haber un estropicio, si se repite lo del día del Alavés, con los damnificados al límite de su paciencia.


El carnet de socio y el carnet de abonado han sido, por otra parte, guardados por muchos de sus poseedores como un recuerdo que se conserva y colecciona año tras año. Sisar el carnet de abonado (excepto a los mayores de 70 años, porque quizá nos toman por tontos) y cambiarles de sitio en cada encuentro, también puede considerarse como una maniobra para disolver grupúsculos que puedan proferir consignas contra el presidente. Los últimos que lo hicieron, los de la añorada Grada de Animación, fueron fulminados. Ni Goebbels lo hacía mejor: lo que venga, será la Grada de Adulación.


¿Qué importa que el Camp Nou parezca en algunos momentos un velatorio? ¿Qué importa si se escuchen más los seguidores del equipo visitante? Veremos cuál será la respuesta cuando el recinto azulgrana pueda albergar a todos los abonados de mayo de 2023; es decir, los que había antes de las obras. La respuesta dependerá, sin duda, de que sigan o no las maquinaciones para amargarnos la existencia y del precio que tendremos que soportar que, pese a la precariedad económica, no va a ser barato.


Por cierto, el ancho de los nuevos asientos se ha reducido 1,5 centímetros y ha pasado de 43 a 41,5, lo que, en invierno, con abrigos y anoraks, produce al espectador una sensación de estar en una lata de sardinas. Eso empeora cuando uno tiene la mala suerte de tener vecinos de la talla del propio presidente o de Elena Fort, por citar ejemplos al alcance de todos.