El Real Madrid ha incendiado, esta semana, el fútbol español con una carta infame. Todos los clubes españoles se han quejado alguna vez de las injusticias arbitrales sufridas pero siempre enmarcadas en los errores humanos. La gran diferencia, esta vez, es que el club blanco, no solo se queja por unos supuestos errores arbitrales, sino que denuncia sin pruebas la existencia de corrupción en los colegiados y en la Liga.

El Real Madrid pone en duda la honestidad de los árbitros, hablando de “un sistema arbitral desacreditado” y de “falta de credibilidad del arbitraje español a nivel mundial”, perjudicando, además, la imagen internacional de la Liga, asegurando que ha alcanzado un gran nivel de “manipulación y adulteración”.  Sigue utilizando el “negreirato” cuando Villar, Sánchez Arminio y Negreira hace casi 7 años que ya no están.


Resulta curioso que el club que, históricamente, ha ejercido más influencia en el colectivo arbitral, en la Federación, en los Comités y en los Ministerios, colocando a sus exjugadores o exdirigentes presidiendo estas instituciones, exija ahora una profunda reforma para conseguir una mayor independencia del colectivo arbitral. Lo que en realidad subyace es una campaña madridista para recuperar el control que siempre ha tenido. Es un contrasentido reclamar una reforma radical de la actual organización arbitral y federativa y no acudir a la reunión del ente federativo con el resto de clubs en el que precisamente se pretende abordar ese tema.

Hasta hace un año y medio, Florentino Pérez era vicepresidente de la Federación Española, presidida por Rubiales, pero en cambio no hizo ninguna propuesta para cambiar las estructuras porque entonces ya estaba conforme con ejercer esa influencia que siempre ha tenido.

No es ninguna casualidad que el Real Madrid actual esté enfrentado a los árbitros, a la Federación, al Var, a la Liga, a la UEFA, a la FIFA, a los organizadores del Balón de Oro o a la Comunidad de Madrid o al Ayuntamiento, que no le dejan celebrar sus conciertos tranquilo. Quiere tener el mundo bajo su control, a su sometimiento, para poder hacer y deshacer como siempre ha hecho. Pero ahora la gente ya no es tan tonta y hay mucho más control en las instituciones.

Su falsa cruzada le está comportando una gran erosión institucional. Hoy, el Real Madrid, que en otros tiempos fue una entidad respetada y de categoría, se está convirtiendo un club antipático, cuyo principal embajador es Vinicius, el futbolista que insulta a los árbitros, agrede a los rivales y provoca a las aficiones contrarias. No puede ser que el club más influyente, que ha dominado todas las estructuras para cometer las
mayores fechorías, se presente ahora como la gran víctima.

El primero que debería denunciar esta manipulación y retorcimiento del relato es el presidente del FC Barcelona. Siendo tan beligerante y vehemente como es, llama mucho la atención su silencio. Más que plantarle cara a Florentino, Laporta parece su súbdito. Y la excusa del proyecto de la Superliga ya no vale porque ese sueño parece haberse desvanecido definitivamente con el nuevo formatode la Champions que convence a la mayoría de clubes europeos.

Laporta es aquel populista que critica duramente al Madrid por su personación en el caso Negreira y a los 10 minutos está invitando a comer a Florentino en el Botafumeiro. O el que dice que acudirá a la justicia ordinaria por el gol no concedido a Lamine Yamal que sobrepasó la línea de gol en el Bernabéu y después no hace nada porque se da cuenta de que son sus amigos Tebas y Roures los que no quisieron implantar la tecnología de la línea de gol. Cuando más debería aparecer, más se esconde. Al final, Laporta siempre está al lado de los poderosos a cambio de que le protejan a él.